Ficciones reales
En pocas cosas se puede creer sin cuestionar y una de ellas es la fuerza de una buena historia. Sin embargo, hay que tomar en cuenta que creer en el poder de una narrativa bien estructurada y mejor contada, no tiene nada que ver con la veracidad de lo que se cuenta. Hay historias que pueden caer en la categoría de mentira plena y aun así, tener mucha mayor potencia que la verdad pura. Esa es precisamente el poder de las historias: no necesitan ser ciertas.
Así se han sostenido mitos que se convierten en piedra angular de civilizaciones enteras. Así se han creado las religiones y también así se han causado guerras. Así se han ganado elecciones. Podemos identificar entre las masas indicios objetivos, imparciales y racionales que llevan a emitir un voto; pero lo cierto es que invariablemente, el elector favorecerá la historia mejor contada, que para este caso será aquella que le haga sentirse identificado.
Supongamos que el candidato es un exitoso hombre de negocios que lejos de ser administrador de herencias, tiene tras de sí una cadena de dificultades que no sin esfuerzo logró abatir. Si explota bien su narrativa, podrá hacer que miles de personas se identifiquen con su lucha, sientan empatía por sus logros y genere esperanza: “Si él pudo, yo puedo.” Entonces, el voto no tiene nada de racional, o al menos no en el sentido tradicional de la palabra, pero si tendrá toda la lógica del mundo. Pongan ustedes aquí cualquier situación compleja: vencer a un sistema de justicia injusto, la ineficiencia de la burocracia, porque ¿quién en este país no ha tenido frente a si un encarcelamiento indebido, o una traba burocrática que casi le hace perder la casa? Por eso resulta increíble que a estas alturas, se sigan subestimando los cuentos que cuenta cada candidato o candidata: “No, no, eso que dice no tendrá efecto: en nuestras manos tenemos encuestas, y la gente no se va a dejar llevar. Los indicadores claramente reflejan el desastre económico, y la gente no es tonta, no se va a tragar el cuento.” Ciertamente no toda la gente es tonta, pero sí se tragarán en cuento si no hay nada mejor que tragar. Quizá entonces sea momento de agregar a los equipos de campaña a lexicólogos, semiólogos y sociólogos y sentarlos a lado de actuarios, politólogos y economistas.
Ahora bien, las historias pueden llevarnos a desastres casi inevitables porque generalmente si el narrador es convincente, es debido a que cree lo que está contando y transmite una pasión difícil de refutar con verdades absolutas, numéricas y objetivas. Es mucho más tentador para el público caer en una creencia pasional que en una matemática. Entonces, las historias pueden ciertamente ser una fuente de manipulación, pero también es claro que pueden convertirse en justo lo contrario.
Yuval Noah Harari (tienen que leer al filósofo-historiador) escribió que las ficciones narrativas funcionan y funcionan bien porque nos permiten cooperar mejor ya que “La ficción determina los objetivos de nuestra cooperación. Así, podemos disponer de sistemas de cooperación muy complejos que se emplean al servicio de objetivos e intereses ficticios.” Pongamos, por ejemplo, las causas caritativas que se nutren de la buena voluntad y donativos de creyentes en la piedad, en la caridad o en la creencia de que una buena acción llevará a eventualmente ganar el paraíso y entrar sin problema al cielo. Sin esto, no tendríamos un buen número de asilos, hospitales o casas de resguardo para población vulnerable. Entonces, las ficciones se vuelven reales, no porque tengamos prueba fehaciente de la existencia del cielo, o de cualquier dios, sino porque los valores que derivan de ellos nos conmueven y actuamos conforme a lo que propone el sistema de creencias.
La mañana del viernes pasado, al inaugurarse los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 pudimos darnos cuenta de dos cosas. La primera, es que el tiempo es también una ficción. Bien sabemos que vivimos en el 2021, pero los Juegos que hoy disfrutamos, son del año pasado y francamente, no tiene la menor importancia si una pandemia se atravesó en el camino. El tiempo es cuando nosotros decidamos que sea.
En segundo lugar, los Juegos Olímpicos son ciertamente encuentros deportivos, pero también mucho más que eso. Son la representación de la cooperación internacional, de la buena lid, de la esperanza en un futuro compartido en donde se respetarán las diferencias e incluso encontraremos la manera de que éstas sean nuestra fortaleza. Así, cada inauguración cuenta una historia que es también una especie de compilación de la memoria colectiva. Ahí estaban los asientos vacíos del estadio, las delegaciones con menos atletas de lo usual, la presencia de personal de salud que trabaja en la primera línea de emergencia contra el Covid 19. Estaba también la ex atleta más anciana y la más joven, comenzando el círculo de la continuidad y dejándolo abierto para lo que venga.
Los Juegos Olímpicos entonces son un buen ejemplo de la historia bien contada, de una narrativa que inició en honor a Zeus mucho antes de que cualquiera de nosotros estuviese en esta tierra y que posiblemente continuará después de que nos hayamos ido. Es también una pequeña llama de esperanza que recuerda que somos las páginas de una historia mucho mayor.
Sin importar la historia que estemos viviendo como meros personajes secundarios o sea la pequeña e ínfima historia personal en donde somos protagonistas, sería bueno no menospreciar lo intangible y dejarlo correr, porque al final, hay ficciones que resultan reales.
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