logo pulso
PSL Logo

Gustos malsanos

Por Yolanda Camacho Zapata

Agosto 11, 2020 03:00 a.m.

A

Debo confesar, lectora, lector querido, que he en estas épocas aciagas, he encontrado un gusto especial por los Gansitos Marinela. Si de antojos se trata, lo  mío tiende más bien a lo chilocito-acidito, pero supongo que tiempos extraños llaman a medidas igual de extrañas y por eso encuentro consuelo en la cremita con mermelada del insalubre pero popular panecito, preferentemente congelado. Afortunadamente las monjas del Sagrado tuvieron a bien educarme dentro de la más estricta autodisciplina, lo que ha impedido que me zumbe tres Gansitos de un trancazo, aunque ganas no me han faltado. Mucho más cuando caigo en cuenta que a esto no  se le ve fin pronto y todo se obscurece al enterarme de otro amigo que ha caído enfermo o bien, de conocidos que han perdido la vida a causa de este traicionero bicho. Ahí, me dan ganas de comer, como si comiendo pudiera tragarme las penas del mundo. Bueno fuera que se me antojaran zanahorias cocidas o pepino rebanado, pero no, siempre acaban surgiendo del subconsciente, chocolatoso y suavecito, la figura seductora del Gansito diciendo “Anda, ven, cómeme, sabes que lo deseas”. Por eso, he optado por no comprar, salvo cada campanada de obispo, a los endemoniados panecitos. 

En México tenemos una esperanza de vida de 75 años, lo cual son 14 años más de lo que teníamos en el año de 1970. Ciertamente, aguantamos más, pero, comparado con la vida promedio de otros países de la OECD, nuestros 75 años son menos de los 80 años que viven los habitantes de los otros países que forman parte del organismo. No se necesita mucho para correlacionar este dato, con el hecho de que México es el segundo país con mayor índice de obesidad en el mundo y el número uno en sobrepeso, además de ser uno de los lugares con mayor número de enfermos de diabetes a nivel mundial. Si entendemos, como ahora lo hemos comprobado, que el coronavirus encuentra campo fértil para reproducirse en la grasa corporal y ataca con saña a los cuerpos no sanos, es fácil entender por qué en México está muriendo más gente que en otros lugares.

La cuestión de los malos hábitos alimenticios entre los mexicanos es un tema de corresponsabilidad. Pongamos un ejemplo: hace relativamente poco tuve que viajar por cuestiones de trabajo de ida y vuelta a Monterrey. Salimos por tierra en la madrugada, cuando no eran horas todavía de desayunar. En el camino no tuvimos de otra mas que pararnos a buscar algo de comer que no nos hiciera perder mucho tiempo y lo único que encontramos fue productos de alto contenido calórico y grasas saturadas. Ni una triste manzana en un chico apardorsote. De regreso fue mas o menos lo mismo, así que desde entonces aprendí y cuando hay situaciones del estilo, procuro preparar desde antes, un tentempié saludable.  Entonces, es cierto que los productos están ahí, inundándonos para contribuir a nuestra obesidad, pero también es cierto que no estarían si no los consumiéramos como desaforados. Comemos mal y comemos lo que haya. Así, no se puede. 

Debemos admitir que la situación es compleja. La industria de la comida no sana emplea a muchas personas y eso obliga a no quitar de plumazo  a toda una rama que representa el modo de vida de miles de mexicanos. Es cierto también que los costos entre un producto saludable y otro no saludable varían tremendamente. Si buscamos comprar una bolsa pequeña de, digamos nueces o almendras, veremos que el costo de 100 gramos será mucho más caro que el de una bolsota de frituras que llenan más y el hambre es canija como para aguantar con tres almendras y dos pasas. 

La situación entonces, por lo pronto, llama a autoregularse: no comprar tanto producto que sabemos que por muy rico que esté, contribuye únicamente a dañar nuestras salud al ser consumido como si no hubiera un mañana. Nada de malo tiene un pequeño gusto de vez en cuando, pero volverlo parte de la rutina diaria, vaya que lo hemos visto ahora, convierte el gustito en arma en contra de nosotros mismos. 

Quizá esta sea a mediano plazo, una de las tantas lecciones que nos deje la pandemia: debemos encontrar un nuevo modo de comer. Uno que nos aleje de los gustos malsanos. Uno que no acabe aliándose con los  bichos pandémicos.