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Hans el listo

Por Yolanda Camacho Zapata

Julio 06, 2021 03:00 a.m.

A

Debo confesar que este país frecuentemente me pone preocupada. La vocación que tenemos por vivir la ciudadanía como si no hubiese otra forma mas que experimentando el vértigo de las montañas rusas, nos hace encontrar en los polos opuestos lo que falsamente creemos es la verdad única. Como si hubiese una sola… Ingenuos e infantiles como hemos mostrado ser, ansiamos la adrenalina de la subida vertiginosa o la bajada de infarto. Cualquier planicie intermedia nos parece irreal, aburrida y sin sentido.  

A últimas, la vocación por vivir dentro del carrito de una montaña rusa, hace que las conversaciones se tornen  irracionalmente fatalistas o ingenuamente optimistas. Nada ayuda, por supuesto, el añito pandémico que acabamos de pasar y continúa, que ha dejado a flor de piel emociones hurañamente escondidas de las que bien trató hace ya décadas Octavio Paz. El mexicano se cierra, pero con la pandemia se abrió y eso no sabemos cómo domarlo. 

Como no encontramos otra manera, hemos depositado esta complejidad que vivimos en una dualidad simplista: unos son buenos, otros son malos. Así hemos dividido el país. Quienes comulgan con ideas propias son, naturalmente, los buenos. Quienes no, quedan del otro bando. Sin embargo, al mismo tiempo, nos hemos vuelto adictivamente observadores de historias donde los protagonistas muestran esa veta compleja que es todo, menos dual. Quizá comenzó con House of Cards, donde el protagonista nos hizo querer que, sencillamente, ganaran los malos porque nos dimos cuenta que había brotes mucho más complejos que la maldad pura. Ahora tenemos historias que nos muestran en el cine que no hay malos totalmente malos ni buenos completamente angelicales. Ahí está la Maléfica de Angelina Jolie, o la Cruella de Emma Stone. 

Atribuimos a nuestros personajes, carnales y ordinariamente mexicanos, muchos más atributos de los que realmente cuentan o subestimamos sus virtudes hasta  llevarlas  al desprecio. 

¿Han escuchado la historia de Hans el Listo? a principios del siglo pasado en Alemania, existió un caballo al que llamaron Hans a secas. Sin embargo, sus dueños comenzaron a darse cuenta de que el animal se interrelacionaba de una manera inusual con las personas. Si le platicaban algo, Hans hacía movimientos con la cabeza, como expresando que entendía. El animal comenzó a causar curiosidad entre los vecinos, y cada vez fue mas frecuente que las personas acudieran a visitarlo. A alguien se le ocurrió comenzar a preguntarle por el resultado de operaciones matemáticas sencillas, a lo que Hans respondía con golpes de sus patas el suelo. Entonces, con toda razón, Hans se hizo famoso bajo el mote de  Hans el Listo. 

Para 1904 Hans era ya tan popular que la Junta de Educación alemana designó a una comisión que se dedicara a investigar la inteligencia de Hans. Trece personas, encabezadas por un psicólogo acompañado por verdaderos expertos como un veterinario y un director de circo, comenzaron a analizar la conducta del animal, convencidos de que aquello era un fraude ideado por los dueños del caballo para ganar fortuna. Sin embargo, nada pudieron probar. Con o sin sus dueños, Hans acertaba las respuestas.  La comisión no pudo entregar ninguna explicación coherente. 

Tres años después, Osar Pfungst, psicólogo, condujo una nueva investigación sobre Hans el Listo, pero en lugar de enfocarse en el caballo, observó detenidamente a las personas que le cuestionaban. Notó, por ejemplo, que si preguntaban cuánto era tres por cuatro, mientras más se acercaba Hans al doce, la persona hacía gestos mostrando algún tipo de emoción. Entonces, Hans paraba. Indudablemente, el caballo era listo, pero no por que supiera las tablas de multiplicar, sino porque sabía leer perfectamente el lenguaje corporal de su interlocutor y reaccionar conforme a lo esperado. El animal deducía lo que esperaban de él gracias a la observación meticulosa del humano.

Tal vez estemos pasando por un momento igual al que vivieron los espectadores de  Hans el siglo pasado. Nos estamos enfocando tanto en la propia polarización (el caballo) que estamos casi olvidando las razones que le dieron origen y, peor aún, olvidando que el enrarecimiento es muchas veces agravado debido a nuestras propias reacciones y no a las raíces que le dieron vida. Estamos entonces, enfocándonos en el caballo cuando los animales a los que debiésemos poner atención, somos nosotros mismos.