Los potosinos tenemos cierta proclividad por las historias de fantasmas. Seamos o no escépticos, una buena narración espectral nos mantiene atentos e interesados.
Los fantasmas son, al decir del Diccionario de la Lengua Española, la imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía; visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación; imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos, solo por citar algunas de las acepciones.
En la película “El Espinazo del Diablo” de ese genio (no dudo en calificarlo así) de la cinematografía, Guillermo del Toro, se da una descripción extraordinaria de lo que es un fantasma: “Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento, suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo.”
Parafraseando a Carlos Marx, un fantasma recorre San Luis Potosí, el fantasma de la corrupción. Se trata de un fantasma que tiene sus principales orígenes espectrales en el Congreso del Estado, concretamente durante la Sexagésima Primera Legislatura.
Ecuaciones corruptas, facturas y empresas fantasmas, son solo algunas de las cosas que se hicieron desde el Congreso del Estado, que tuvieron como destino bolsillos y cuentas bancarias de quienes, como representantes populares, protestaron guardar y hacer guardar las constituciones y las leyes.
Dirá algún integrante de aquel entonces de la asamblea legislativa que no todos eran corruptos; cierto, pero resultaron tan trasparentes, tan poco notorios esos pocos honestos y rectos que, como fantasmas también, cargarán las cadenas de sus colegas: el silencio es, en muchas ocasiones, una forma de complicidad.
Aquellos espectros fueron la causa de que la exdiputada Rebeca Terán se viera obligada a renunciar a su cargo como Coordinadora del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en Ciudad Valles o, en días recientes, a Martha Orta a renunciar a su cargo como Secretaria Ejecutiva del Sistema Estatal de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA), pues la sombra del fantasma de la corrupción se irguió, sobre ellas.
Por otro lado, la misma Legislatura se decidió a matar, por si las dudas, al sistema estatal anticorrupción, hiriendo de muerte al Comité de Participación Ciudadana, una de las piedras angulares de ese mecanismo constitucional a tan deleznable conducta.
Si bien el sistema sobrevive, en terapia intensiva, el Comité no se ha dado cuenta aun que está muerto bien muerto y que todo se lo debe a sus managers en el Congreso del estado, que nombraron una Comisión de Selección del Comité de Participación Ciudadana, incluyendo a un personaje que, por ley estaba inhabilitado para ser parte, por haber sido candidato a diputado en el anterior proceso electoral (tal vez por ser tan fantasmal su campaña, ni cuenta se dieron) y una designación hecha por esta espectral Comisión de cinco personas, violando flagrantemente la ley que ordenaba la no inclusión de personajes ligados al servicio público en una temporalidad determinada, así como una paridad de género que rechazaron abiertamente. Hoy, el sistema está paralizado en la parte ciudadana por fantasmas insepultos que se aferran a permanecer en el error.
¿Y qué decir de la corrupción en los diferentes municipios? San Luis Potosí, Soledad de Graciano Sánchez, Ciudad del Maíz, Cedral y un largo etcétera, que tal vez abarque a los cincuenta y cuatro restantes son todavía pendientes de la agenda de los cazafantasmas anticorrupción.
La mejor forma de exorcizar a los espíritus corruptos son las sentencias. ¿Qué esperamos?
@jchessal