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Honestidad de taquería

Por Yolanda Camacho Zapata

Octubre 22, 2024 03:00 a.m.

A

Si la honestidad mexicana se midiera en las taquerías, otra cosa sería. El sábado nos paramos por unos pollos rostizados ahí en la carretera libre a Rioverde. Era todavía temprano para estándares polleros, pero el chavo a cargo de la rostizada nos informó que en cosa de diez minutos los animales estarían listos y buenos para llevar. Así, nos bajamos a hacer tiempo.

 Justo atrás del carrito rostizador y compartiendo espacios, estaba una taquería. El olor seductor de las tortillas recién hechecitas nos atrajo como moscas a la miel y como ya era hora razonable para hacer una especie de almuerzo, encargamos unas quesadillotas mixtas. Junto a nosotros había una mesa con tres jóvenes, comiendo con singular alegría y un poco mas allá, otra con una familia numerosa. A los chavos los tenía a tiro de piedra, así que pude verlos de frente, dándose gusto pidiendo taco tras taco. Terminó primero la familia, y una chica, empleada del lugar, les preguntó cuántos tacos habían sido y luego cuantos refrescos. El papá, a su vez, le preguntó a cada uno de los siete miembros qué había comido cada quien, y mientras lo decían, la chica iba dibujando rayitas en un block. Cuando acabaron, rápidamente sacó la cuenta, el papá pagó, se despidieron y luego se treparon a una camioneta que los alejó del lugar. Mientras, nuestras quesadillas habían llegado. Eran todo lo que debían ser: tortilla recién hechecita, calientísima, un buen queso blanco derretido y abundante relleno de bistec acompañado con unas cebollitas caramelizadas en su punto.  

Mientras, en la mesa de los chavos, los tacos seguían fluyendo con singular alegría. Cuando dieron fin al banquete, otra empleada se acercó y les preguntó qué habían ingerido. Ellos se hicieron bolas, comenzaron diciendo que siete, no, fueron nueve, yo si llegué a once. Total, que entre tanta comedera, uno y otro ya no se acordaban, pero los dos compañeros prestos recordaban, “no, no, al final fue otro de chorizo, entonces el de pastor falta de contar”. Aquello era un verdadero esfuerzo grupal de contabilidad y rendición de cuentas. Una vez que el número de tacos fue consensado, entonces la empleada sacó la cuenta y los chavos billetes y un montón de moneditas para ajustar el pago con todo y propina. 

Como cualquier persona, los mexicanos somos capaces de cometer las transas más infames, crear las condiciones de corrupción más aberrantes, aunque a veces también las más creativas. Somos un país que, para nuestra vergüenza, aparece con altos índices de percepción de corrupción en varios estudios serios a nivel internacional. Y aun así, somos también aquellos que se preocupan por contar bien sus tacos, para que nos cobren como debe ser. Somos los que colectivamente ayudamos a la memoria ajena para saldar deudas. Somos ese dechado de contradicciones que mezcla queso con limón y salsa esperando que no pique.