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Humanos de caricatura

Por Yolanda Camacho Zapata

Junio 21, 2022 03:00 a.m.

A

Aunque hay que agradecer a la casa Disney haber popularizado clásicos de la literatura, lo cierto es que en ese intento por hacer digerible para la mayor parte del público historias que originalmente son mucho más complejas, nos han dejado mal acostumbrados a querer edulcorar cualquier tema que pase por la pantalla. 

Pongamos un ejemplo. A mediados de la década de los sesenta, El Libro de las Tierras Vírgenes, de Rudyard Kipling, fue inmortalizado a través de una versión en película de caricaturas llamada El Libro de la Selva. La cinta presenta las aventuras del joven Mowgli, un bebé humano abandonado en la selva que acaba siendo criado por una manada de lobos y educado en conjunto por una pantera negra de nombre Bagheera y un oso llamado Baloo. En la cita se presentan situaciones cómicas en la crianza de ese cachorro de humano que a través de Baloo trata de entender la vida de la selva como si fuera un día festivo en cualquier juguetería. La versión de Disney es, en primera, bonita, con dibujos inolvidables y una historia apta para niños, pero también es absolutamente desapegada al libro original. Vaya, que Disney hizo una versión libre, muy libre, del texto de Kipling. 

En las publicaciones de Kipling (en plural, porque fueron varias después recopiladas en un solo documento), Mowgli es desde su infancia un descastado, un humano sin pertenencia a nadie. Su ingreso a la manada de lobos es mas bien forzada y jamás resulta completamente aceptado salvo por una minoría. Baloo dista de ser ese personaje dicharachero con la voz de Tin Tan, para ser un sabio maestro de las leyes de la selva; lo mismo pasa con Bagheera, un personaje astuto, sabio, discreto. Y peor tantito, eventualmente, al volver a la aldea humana, Mowgli tampoco encuentra su lugar, le ven con desconfianza por hablar con los animales y le culpan del asedio del tigre Shere Khan. Finalmente, para alivio de la comunidad de la selva y de la humana, Mowgli mata al tigre, pero en la aldea del hombre no le reconocen el logro y Mowgli regresa a la selva, donde los animales le agradecen y por interés le piden volver, pero él decide también excluirse de ese grupo, que lo quiere únicamente porque ahora ya no es un niño, sino un hombre con recursos inalcanzables para los animales. 

Lo mismo ocurre con La Cenicienta, La Sirenita, Blanca Nieves y los Siete Enanos, Alicia en el País de las Maravillas, Dumbo, Pinocho… bueno, con todos. No está mal presentar versiones digeribles que, sobre todo, puedan convertirse en un primer acercamiento que lleve a leer los textos originales y enfrentar la complejidad de personajes que Disney omitió.  

De igual forma, las producciones de Disney para niños no  necesariamente basadas en literatura, presentan también modalidades en rosa de historias que pudieron haber tenido cierto lado oscuro: Toy Story, Frozen, Lilo y Stitch, Moana… donde, aunque hay ciertos indicios subyacentes de temas delicados, lo cierto es que se optó por historias  mucho más suaves.

De unos años para acá, Disney a comenzado a abandonar las narrativas endulzadas para comenzar a incluir en sus historias temática actuales, con contenido real. Así, llegamos al veto de más de una docena de países de la esperada historia de Buzz Lightyear, uno de los personajes de Toy Story que ahora tiene su propia producción. En ella, se puede encontrar  como tema secundario la relación de una pareja homosexual y su evolución en el tiempo. De esta manera, la casa productora, aunque no hace del tema la columna vertebral de la película, sí se aleja de las versiones edulcoradas a las que nos tenía acostumbradas, causando con ello un buen número de protestas y acusaciones.

Lo cierto es que este cambio de timón ya se veía venir desde hace tiempo y debe de ser contextualizada dentro del discurso que aboga a nivel mundial a favor de la tolerancia, la inclusión y la igualdad. Vaya, Disney no está inventando nada, sino que se está adaptando a los tiempos de ahora, que ya no son rosas, sino arcoíris.

Cada quien es libre de llevar o no a sus hijos a ver la historia de Buzz Lightyear y su amiga y compañera de aventuras, Alisha Hawthorne. Estoy convencida que las dificultades no están en las niñas y los niños, sino en los adultos que fuimos educados bajo ese esquema dulce, rosa e irreal que fueron las películas de Disney. Crecimos (nosotros, no ellos) con historias lindas pero suavizadas, tendientes a creer que no habría en la vida complejidades y que todo se salvaría con el beso encantado de un príncipe azul heterosexual. Esos niños de antes, somos los adultos de ahora, que no sabemos explicar que la vida es, a mares, mucho más compleja que cualquier historia de cuento. Somos, por cierto, los adultos que hemos formado a pulso a esta que ahora le decimos Generación de Cristal, cuando en realidad los de cristal somos nosotros, que ni siquiera sabemos explicar que el amor es de todos, para todos, por todos y que no somos nadie para juzgar lo que ocurra en la alcoba de nuestros vecinos. 

Quizá sería enriquecedor dar a esta película una oportunidad y tomarlo como pretexto para comenzar a hablar con nuestros hijos e hijas lo que nuestros padres no hablaron con nosotros. En su momento, por ejemplo, Guess who’s comming to dinner (1967), ayudó a hablar  abiertamente sobre el racismo causado por el color de piel de alguien. No será la primera vez que el cine nos abra oportunidades hacia una discusión a fondo sobre la sociedad que somos y la que queremos ser. 

Quiero apostar a que nosotros, las personas reales,  seamos mejores que los humanos de caricatura.