Inmortalidad e impudicia

En su novela “La inmortalidad”, Milan Kundera, escritor de origen checo, nos recuerda el caso de un alcalde, en un pueblo de su tierra, “que tenía en casa un ataúd preparado para su propio entierro y que en los momentos felices, cuando se sentía especialmente contento de sí mismo, se acostaba en él y se imaginaba su propio entierro, (porque) no conocía en su vida nada más hermoso que esos momentos de ensoñación en el féretro: la permanencia en su inmortalidad”. Pero se trataba de una inmortalidad “menor”, aclara el autor, toda vez que ese deseo de trascender en el recuerdo se reducía a quienes lo conocían. De allí que una inmortalidad mayor corresponde a quienes son alcanzados en el recuerdo de los que ni siquiera, personalmente, los conocieron; gracia reservada a “las trayectorias vitales de artistas y hombres de Estado”. Pero, ese deseo de trascender en el tiempo, no tiene que ver con la impudicia de que hace gala cierta clase política para sostenerse en el poder como si éste fuera eterno. Y la impudicia, sugiere Kundera en este célebre texto, es la ausencia de “vergüenza para querer lo que tratamos de evitar”. 

Y pues allí tienen que en estos días, unos diputados del estado de Baja California, pretendiendo dotar de una inmortalidad muy menor al gobernador electo, Jaime Bonilla, le han aumentado el período para ejercer el poder de 2 a 5 años, dizque porque se requiere más tiempo para dejar beneficios al pueblo y, sobre todo, dejar huella indeleble de su paso. Evidentemente, hay una mezcolanza grosera de “inmortalidad” con “impudicia”, prevaleciendo la desvergüenza de pretender usufructuar, por más tiempo del debido, las mieles del poder, contraviniendo esa clase política el discurso de cumplir con la legalidad constitucional y con el principio republicano de acotar los cargos públicos a los períodos específicamente considerados y para los cuales fueron votados por la sociedad. Pero ya se sabe que la corrupción es un lastre difícil de erradicar y no han de faltar los famosos “cañonazos” de que se hacía alarde en la época del general Obregón (o de algún brazo que, gustoso, se desprenda del cuerpo para saltar en busca de “premios” indebidos), con tal de cooptar las presuntas voluntades de cambio.     

Pero la excepción a esa suerte de regla no escrita, de cierta política que busca la “inmortalidad” y termina quedándose apenas en la impudicia, la plantea el propio Kundera en otra parte de la novela mencionada, cuando se refiere al planteamiento aristotélico del “acontecimiento episódico”, esto es, cuando ocurre algo que “no es ni una consecuencia indispensable de lo que antecedía ni la causa de lo que seguiría”, por lo que no tiene porqué dejar huella positiva en la historia. En el caso que nos ocupa, el de los legisladores de Baja California que, por sus hue… sos, decidieron ampliar el período de gobierno estatal, violentando la legalidad constitucional y sin el menor asomo de recato por algo que, se supone, deberían tratar de evitar (el abuso de poder); resulta que podrían sentar un mal precedente que ninguna necesidad tendría la Cuarta Transformación de soportar, puesto que ni se trataría de una consecuencia indispensable del cambio que ya se perfilaba, ni la causa de lo que otros supondrían seguiría de largo (el riesgo de que la re-elección se generalice y aparezca en cualquier grado).

Así las cosas, resulta que “el hombre no sabe ser mortal… y cuando muere ni siquiera sabe estar muerto” (Kundera, ibid.); por tanto, para esa clase política nefasta que en el caso bajacaliforniano se ha evidenciado con plena impudicia, no queda más que esperar que el tribunal electoral del poder judicial federal pueda enmendarle la plana y echarla con cajas destempladas. Esa clase política impúdica no entiende que esa forma de hacer las cosas ya no puede pasar, socialmente, como si nada, toda vez que, políticamente, está liquidada; por lo que ni siquiera “nadando de a muertito” nos puede seguir viendo la cara.