La vergüenza y la pena

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Carlos Fuentes escribió una serie de relatos acerca de la diversidad de relaciones de vida que pueden establecerse en torno a una línea fronteriza, como la que tenemos en nuestro país con respecto al vecino del norte. La caracterizó como “la frontera de cristal”, como una raya que no sólo divide formalmente dos países, sino como un referente de identidad propia y ajena que subyace a las posibilidades de sobrevivencia personal y colectiva en uno y otro lado de la geografía nacional. Una de las historias contenidas en ese libro de Fuentes es la de Juan Zamora, estudiante de medicina becado en una universidad estadounidense, gracias al padrinazgo de Leonardo Barroso, cacique de las maquiladoras en la zona norte de México. Juan miente sobre su modesto origen a la familia gringa que le brinda alojamiento y que, años después, de visita en México, se entera de la verdad. Juan siente vergüenza y decide regresar al vecino país a ofrecer sus servicios como médico, pero también siente pena porque, acá, en su país, pareciera que no hay manera de acabar con tanto lastre que impide hacer las cosas de manera distinta. 

     La vergüenza y la pena, pues, como sentimientos que pudieran ser lo mismo pero no. El contexto de esa historia, dice Fuentes, “es de fines de los setenta, de la época del auge petrolero, y eso ya explica parte de la identificación pena-vergüenza de la que habla Juan Zamora. Vergüenza porque festejamos el auge como nuevos ricos. Pena porque la riqueza fue mal empleada” (en “La frontera de cristal”, Ed. Alfaguara, México, 1999, p. 40). En efecto, la borrachera petrolera que pedía prepararse para “administrar la abundancia” terminó en terrible cruda por la frivolidad de un gobierno que “no pudo ni administrar la vergüenza”, quedando la pena porque “los amolados siguieron siéndolo” (Ibid.). Lo anterior viene a cuento porque, ahora con la crisis mundial por la pandemia del coronavirus (Covid-19), pareciera que seguimos con los mismos sentimientos de vergüenza y pena por seguir un actuar errático ante la emergencia. A diferencia de la época de Juan Zamora nuestra frontera con el mundo mundial se ha diluido más todavía, pero la condición dependiente con respecto al exterior aún pesa para contrarrestar el mal que luego nos alcanza.

     Citando a un clásico, “la historia siempre se repite dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa”. En el caso nuestro, una vergonzante farsa protagonizada por corruptos gobiernos neoliberales que desmantelaron empresas y bienes estratégicos del Estado mexicano, para beneficio de unos cuantos, nos tiene hoy gravemente postrados frente a una tragedia que amenaza con el colapso de los servicios sanitarios. Pero, también, con la pena, como sociedad pareciera que, una vez más, tendrá que mostrarse que se puede ir un paso adelante de aquéllos personeros del Estado que no estén a la altura de la responsabilidad histórica que demanda la crisis actual. En distintos niveles de gobierno se ha vuelto evidente la incapacidad para informar, con eficiencia y credibilidad, acerca de las circunstancias específicas que tenemos cada día que pasa frente a la tragedia. Al mismo tiempo, buena parte de la sociedad sigue asumiendo que somos inmunes frente a la enfermedad y minimiza las recomendaciones para prevenir los riesgos de propagación viral.

     Pero, junto con pegado, está también la crisis económica que ha tocado a la puerta de tantas familias que no pueden subsistir por largo rato una situación que les impide salir a buscar el sustento. La “economía moral” aún se aprecia sin la fuerza de un amplio y democrático pacto que involucre a diversos actores políticos y económicos relevantes, más allá de una “filantrópica” postura de “solidaridad” que, luego, se cobra a un precio más alto, como un negocio más. Y, ya entrados en gastos, ¿podrían nuestros “representantes populares” ofrecer algo de la onerosa dieta que perciben para apoyar, por ejemplo, el pago de las pruebas de Covid-19, que realizará la UASLP, a quienes no puedan costearlo? Sería una buena oportunidad para demostrar que la vergüenza y la pena no siempre van con ellos de la mano.