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Las razones correctas

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Diciembre 03, 2020 03:00 a.m.

A

¿Qué es lo que define al éxito en la celebración de unas elecciones?. ¿La transición pacífica? ¿la plaza pública en orden? ¿las multitudes que, apoteósicas, se vuelcan a las calles a celebrar con bombo y platillo, loas y vítores, a la candidatura ganadora? ¿el porcentaje de personas que salió a votar? ¿la reducción en el costo de la organización de las elecciones? ¿el civilizado reconocimiento de la derrota? ¿la ausencia de impugnaciones o la confirmación de los resultados en tribunales? ¿la cosecha de memes? ¿todas las anteriores? ¿No sabe / no contesta?.

Desde hace algunos meses nos hemos estado preguntando -incluso en este mismo espacio- sobre la posible influencia que la situación de la pandemia tendrá sobre la celebración de las actividades relacionadas con el proceso electoral: registros de candidaturas, campañas, mensajes, debates, agendas, la jornada electoral, las etapas en tribunales, todo. Acá le contamos también sobre las experiencias en celebración de elecciones en otros países -Corea del Sur, Francia, Estados Unidos- o en otras entidades federativas -Coahuila e Hidalgo- con resultados contrastantes. También lo hemos dicho en otro momento: el valor de los contrastes radica en el aprendizaje basado en la comprensión de las diferencias. Es la delicia de entender desde las diferencias.

Uno de los indicadores más recurridos para valorar el éxito o fracaso en la celebración de una elección consiste en el llamado “nivel de participación ciudadana” -nunca he simpatizado con esa etiqueta- que no es otra cosa que el cálculo del porcentaje de personas que integran la lista nominal de electores y que salieron a ejercer el voto. La cara oculta, el lado oscuro, el enemigo a vencer, las antípodas, el fantasma horrible es el denominado abstencionismo -tampoco simpatizo con aglutinar en un <<ísmo>> a un comportamiento que puede no ser sistemático-, que en aritmética elemental se calcula desde una resta; y se expresa como el porcentaje -o proporción- que personas que forman parte de la lista nominal y que no salieron a votar, por las razones que Usted quiera.

La razón por la que suele emplearse al nivel de participación ciudadana como un indicador de valoración es por la sencillez de su cálculo y la probable simplicidad en su significado. Luego vienen los juicios basados en escalas relativas: Si en una elección salió a votar el 50% de la población inscrita en el padrón electoral ¿es éxito o fracaso? ¿o si salió el 40%? ¿o el 60%?. Lo que tenemos son series de datos y posibles explicaciones de los mismos. Si somos estrictos, debemos advertir que quien se tome en serio el asunto debería evitar formarse juicios sin entender las causas.

Le tengo algunos datos. Hace unas semanas se celebraron elecciones locales en Coahuila -donde solo renovaron al Congreso- e Hidalgo -donde solo se votaron ayuntamientos-. Con pandemia y todo, se estima que en Coahuila acudió a votar el 39% del electorado. En Hidalgo fue de 47%. Esto contrasta con las elecciones nacionales en 2018 en donde la participación fue de 63%. 

Diversos estudios y publicaciones han demostrado que cuando se presentan elecciones locales no concurrentes, es decir, que no se empatan con la celebración de elecciones federales, los niveles de votación pueden ser menores. Otros estudios también señalan que las elecciones de gubernaturas y/o presidencia de la república, son las que aglutinan mayor interés público, por lo que la celebración de elecciones para otros cargos o puestos, podrían tener niveles de votación menores. Para el caso concreto, no hay indicios que demuestren que la situación de la pandemia haya disminuido significativamente a la intención de las personas para salir a votar en 2020, ya que los niveles de votación son similares a otros procesos locales -no concurrentes- en años anteriores. Desde luego que esta sospecha deberá ser demostrada o refutada con cálculos de estadística inferencial.

Siempre va a ser una buena noticia que más personas salgan a votar. Pero por las razones correctas. Una cosa es la labor de promoción del voto que realicen las autoridades electorales, los medios de comunicación, las organizaciones de la sociedad civil y las personas comprometidas con ello, pero otra distinta tiene que ver con la manera en que partidos y candidatas(os) logran mostrarse frente al electorado como alternativas viables para recibir la expresión política del voto. Siempre me he preguntado sobre la eficacia de ciertas campañas proselitistas para incentivar al voto razonado. Mientras se siga privilegiando una noción meramente cuantitativa del valor del voto, seguiremos observando conductas de masificación, que busca su legitimación desde un número y no desde lo que representa para las personas. 

¿Pero no sería mejor privilegiar una noción de significado en el asunto de votar? ¿qué es lo que motiva a una persona a dedicar su tiempo en pensar por quién votar y salir el domingo a ejercer el voto? ¿qué nos mueve?. No son las cumbias, los memes y tiktoks. No son las promesas, ni los lugares comunes. No son las ocurrencias, ni los discursos poco diferenciados. Hubo un tiempo en que los partidos políticos lograban representar la diferenciación simbólica de la sociedad y sus problemas. Hoy los desafíos son distintos. Y espero que lo que ocurra en meses por venir, esté lleno de significado.

Twitter. @marcoivanvargas