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Les vale madre…

Por Óscar G. Chávez

Septiembre 07, 2024 03:00 a.m.

A

Delegación, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE por sus propia siglas) la palabra en su acepción primera se define como: f. Acción y efecto de delegar.

En un universo más complejo, y ateniéndonos a los parámetros de la administración pública mexicana, nos encontramos con que un delegación federal: “Es un dependencia del Ejecutivo Federal que forma parte de la Administración Pública Federal, conforme a lo dispuesto en los artículos 90 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y 1º, 2º fracción I, y 26º  de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal.” Es decir, son instancias federales emanadas de la Carta Magna y reguladas por leyes orgánicas y reglamentos surgidos de éstas.

No se necesita más, ni tampoco mayor entendimiento, para comprender que una Delegación federal es la representación de una dependencia federal (que bien puede ser una secretaría o una dirección general) en los estados, donde su delegado es el representante de su titular nacional (secretario de estado o director general). 

Los motivos que determinen la designación de un representante (delegado) dependerán de su capacidad, trayectoria, experiencia y conocimiento en el área respectiva o, es válido suponer, de su relación personal con el titular de la dependencia representar. Algo similar,  lo que acurre con los titulares de las dependencias a nivel federal.

En el caso particular de San Luis Potosí nos enteramos, gracias a nuestro ilustrado gobernador, que el antropólogo Diego Prieto Hernández director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), puso la delegación San Luis Potosí en manos de  personas a la que “les vale madre San Luis Potosí.” Y abundó: “El INAH está de adorno, está de parapeto. Son unas personas que les vale madre si San Luis Potosí está bien o está mal, porque ni son de San Luis Potosí, no les interesa.” Nada nuevo; fiel a su costumbre, anémico de ideas y argumentos, opta por la calumnia, la ofensa, la descalificación.

Tampoco fue de San Luis Potosí de donde partió la respuesta al gobernador, sino de la Ciudad de México, de la dirección general de la dependencia que a través de una cuidadosa misiva en la que se boceta la vocación y función del INAH en lo referente a la protección y preservación del patrimonio antropológico, arqueológico e histórico de México, así como la cordial relación con los gobiernos estatales , demuestran que no sólo les interesa, sino que la pulcritud en el lenguaje y la diplomacia en los asuntos oficiales siempre harán la diferencia.

Tres de sus párrafos llaman la  atención.  Dice el tercero: “Sobre la intención del Ejecutivo estatal de emprender obras en la Alameda Juan Sarabia, se debe destacar que, al día de hoy, no se ha ingresado proyecto alguno para ser autorizado por el INAH [¿qué dice Leticia Vargas Tinajero, titular de Seduvop?], siendo ésta la autoridad federal competente en materia de zonas de monumentos históricos y sus colindancias”. En el antepenúltimo se abunda: “Lugares emblemáticos como la Alameda Juan Sarabia o el tradicional barrio de San Miguelito [vea nada más como lo tiene, debieron decir], deben ser intervenidos con pleno respeto de sus valores patrimoniales [esos que a usted sí, “le valen madre”], para lo cual resulta imprescindible contar con proyectos [algo así como: entienda, no han presentado ninguno, ¿cómo quiere que opinemos?] que respondan a los criterios de conservación que el INAH establece…”, y en el penúltimo rematan: “El respeto a nuestra institución [que usted no tiene, ni por ella ni por nadie] es condición ineludible para el trabajo colaborativo. Tratar de menoscabar el lugar que ocupa, descreditando su normatividad y funciones [así como usted, quien a pesar de ser un ignorante en el tema, lo hace], no abona en el mensaje público asociado con el cuidado y la protección del patrimonio.” Dice más de Juan que de Pedro, lo que Juan dice de Pedro o, de plano: guarde las formas, señor gobernador, sabemos que la electricidad es lo suyo, pero no vaya a acabar electrocutándose con tan alto voltaje.       

Por cierto, la delegación del INAH estuvo de adorno en la época del engañabobos socialito de Juan Carlos Machinena (el mismo que deslumbró al gobernador); en este momento al estar a cargo de un especialista en el área,  realiza junto con su equipo –con todo y sus limitantes– un decoroso papel. Como sea, esperemos que mantengan la Alameda a salvo de las hordas atílicas que la merodean, si no, hay que ver San Miguelito. 

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Dejó un lugar vacío en la mesa del café mi muy querido amigo Ramón Leboreriro Aríztegui; la tierra le fue leve y su tránsito en paz. Rosy, un fuerte y sentido abrazo.