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Locos por un sueño

Por Martha Ocaña

Julio 03, 2024 03:00 a.m.

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Déjame acompañarte a recoger el alma que te habla desde el fondo de los sueños; ese lugar en donde se elaboran las “persistencias de la memoria y la identidad, donde se abre la concepción del tiempo y el espacio a otra realidad.” (Contraportada de edición 2013 de “La Cena” de A. Reyes).

Son los sueños una de mis partes favoritas de la vida. Sueños definidos por la ingenuidad o los miedos de la infancia, con los fantasmas de la madurez o por las fantasías adolescentes desbordadas de intensidad y atrevimiento desmedido.

Sueños para volar, para ser delfín o dragón, sueños con ropa o sin ella, sueños en donde renacemos en la voz y la personalidad de otro cuerpo y otra mente. O sueños de artista y magnate, de risas que interrumpen la ensoñación o la levitación. Pero al fin, sueños y pesadillas constituyen un placer que se desvanece antes de llegar a formarse con palabras, evaporados entre los labios y la garganta, como si alguien soplara en las cenizas de nuestros recientes recuerdos.

Yo he tenido, como muchos soñadores, sueños locos e inasibles en los que mi recámara se transforma en una cámara negra repleta de millones de puntos luminosos flotando y  que al tocarse, desprenden un sonido de frágiles campanas, como anunciando fiestas, tormentas, fallecimientos, incendios, bodas y alumbramientos.

Otros han sido sueños de huida, de sensación de peligro en medio de calles oscuras y vacías sintiendo las pisadas de un alguien que se acerca lento pero muy próximo, en tanto mis extremidades se alargan como las de una gacela o un conejo, permitiéndome escapar de irreales amenazas de ser capturada o lastimada.

Sueños en los que mi cuerpo se olvida de la gravedad y las barreras de la materialidad del cuerpo, son sueños de astronauta sin nave ni traje espacial, sin aire suministrado por un tanque atado a los pulmones y a la garganta. Sueños de omnipresencia y telepatía.

Los mejores quizá son los sueños de coincidencia que remarcan y validan la realidad del día anterior en su mejor y más onírica versión. Sueños en los que la vida cuadra en todos sus ángulos y la claridad y el sentido del universo se hacen evidentes, aunque estas palabras durante la vigilia y sobre este papel, no expliquen lo que en la pantalla de los sueños y la noche, se refleja.

Hay quienes no han tenido que recurrir a la oscuridad de la noche y las ondas Delta, como Remedios, Varo, Dalí o Leonora Carrington. Ellos como otros surrealistas, plasmaron en lienzos, esculturas, relatos y dibujos, sueños relativos a una infancia lejana que quizá añoraron y construyen con el cincel o el pincel entre los dedos. Son este clan de creadores oníricos quienes nos han legado un mundo de criaturas increíbles, productos de alucinaciones puramente irracionales en momentos en que los cinco sentidos salen de paseo para que aflore el mundo interior nutrido de fantasías ancestrales al interior de leyendas y cuentos queriendo explicar el sentido de la vida. 

Soñar a propósito es una forma de proyectar el inconsciente. Es entender que “los sueños depositan en la consciencia gérmenes insolubles, alegres o tristes, con cierto sabor augural. (Que por causas desconocidas) se les aleja de la memoria y vuelven como si quisieran ser escuchados. Se les recuerda de repente con la actitud de una cosa real de la vigilia y cuando se les pretende asir con las palabras, se desvanecen...”

Quiero pensar que, soñando un México inteligente de ciudadanos honestos y justos, algún día podamos entre todos, materializarlo y convertirlo en parte de la realidad, tanto de nuestras horas de vigilia como de las horas de la inconsciencia del sueño.