Hay silencios que son más elocuentes que las palabras, silencios que claman lo que la boca cerrada guarda, silencios que desnudan realidades de manera cruda y dura.
Si algo caracteriza a López, es que nada sabe del valor del silencio; lo suyo es hablar por hablar, sin cuidar lo que dice, ni donde lo dice ni como lo dice. Tan solo hablar.
Sin embargo, tanto a él como a sus seguidores transformistas de cuarta, hay ocasiones que la realidad les da una bofetada que les hace guardar silencio, un silencio que, cuando llega, grita verdades.
¿Recuerda el lector a Emilio Lozoya? Sí, ese exdirector de Petróleos mexicanos que aceptó su extradición a México para ser sometido a proceso, que hasta hace poco tiempo era bandera y mantra de López en sus alocuciones matutinas; no podía dejar de hablar de él y de cómo, con sus declaraciones y pruebas que trajera bajo el brazo, iban a descubrir, perseguir y castigar a los gobiernos corruptos del pasado. ¿Recuerda cómo se regodeaba en sus críticas a los “corruptos neoliberales” y la forma en que se llenaba la boca marcando es diferencia que tanto le gusta, con aquello de “nosotros somos diferentes”?
De pronto, sobre Emilio Lozoya, nada, ni una palabra, solo silencio. ¿La razón? El video del hermano de López, Pio, recibiendo dinero en efectivo de manera ilegal. Ahí dejó de ser tema Lozoya y lo que lo rodea. El tal Pio resultó no ser tan diferente.
La necesaria investigación de corrupción, por ejemplo, a la casateniente que despacha en la Secretaría de la Función Pública, para saber las razones del por qué tiene lo que cuestiona de otros, es otro de los temas en los cuales, de improviso, el silencio se adueña del escenario. Hay un inexplicable mutis.
Sin embargo, muy fiel a su estilo, López prefiere tirarse al piso y lamentarse de ser, supuestamente, el presidente más atacado desde hace cien años. Pero, de manera notoria, guarda silencio sobre las razones de las críticas. No dice que en cien años ningún presidente había sido capaz de bordar tantos errores, villanías y dislates juntos, en tan poco tiempo.
Me hace recordar una anécdota personal, que viví hace ya mucho años, cuando, en representación de un cliente, tratábamos la adquisición de una empresa adjudicada a un sindicato a partir de una huelga y que, por divisiones internas de los trabajadores, sus instalaciones habían sido tomadas de manera violenta. En diálogo con el entonces Secretario General de Gobierno del estado, le hice saber que mi representado podía sostener un cierto plazo la oferta, pero que ante la indefinición que se veía de las autoridades y el incumplimiento de la ley, preocupaba a mi cliente el posible destino de su inversión, que además incluía la recontratación de los trabajadores y la puesta en marcha nuevamente de la empresa.
Terminó aquella reunión y, por la tarde, recibí la llamada de uno de los asesores del Secretario, quien, en una reunión que sostuvimos, me dijo que el funcionario estaba muy molesto con lo que yo le había dicho, en el sentido de que no respetaba la ley. Aclaré al asesor que yo no decía mentiras, que era patente que había una ausencia completa de observancia a las normas; el asesor guardó silencio un momento y me dijo, algo más o menos así: “Mira, coincido en que tal vez la ley no se está cumpliendo. Pero te sugiero que no se lo digas, aunque sea cierto, porque eso le molesta”.
Entonces, ¿no importa la verdad, sino que ésta no se diga, para que el gobernante no se vea alterado en su estado de ánimo?
Quiero terminar con esto: el próximo día primero de octubre la Suprema Corte deberá votar el proyecto del Ministro Luis María Aguilar en relación con la consulta popular impulsada por López para juzgar a expresidentes. La resolución propuesta es impecable: estamos en presencia de una consulta cuya materia es inconstitucional. Hay que estar al pendiente que López no quiera, con gritos y sombrerazos, silenciar al Máximo Tribunal. Lo que la Corte resuelva será muy significativo para el futuro de México, para bien o para mal. Veremos de qué están hechos los Ministros.
@jchessal