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Memoria de una infamia

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Abril 13, 2021 03:00 a.m.

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El 7 de abril de 2005 el gobierno del entonces presidente Vicente Fox consumó uno de los actos de mayor infamia que, por lo demás, fueron el sello de su cuestionada administración. Ese día se llevó adelante el desafuero de Andrés Manuel López Obrador como jefe de gobierno del Distrito Federal, con el evidente propósito de evitar su participación como candidato a la presidencia de México en 2006. Una “aparente devoción por la legalidad” (diría AMLO), llevaría a una oscura coalición de intereses políticos y empresariales a desvirtuar y magnificar un mero intento de “comunicar una calle para acceder a un hospital”, como pretexto para tratar de invalidar el derecho legítimo de un amplio bloque social, mayoritario, a elegir a un gobierno distinto al representado por el “prianismo” neoliberal.

Lo que desencadenó ese acto infame es ya muy conocido, pero poco “experimentado en cabeza ajena”, esto es, que pareciera no haber sido suficiente, a cierta clase política, tanto exceso y desfiguro cometidos para entender que no se debe “despertar al tigre” así nomás. El efecto que buscaban los infames fue contraproducente y lo único que lograron fue unir al pueblo… pero en su contra. Trataron de recomponer las cosas, pero el agravio se había multiplicado y anunciaba su debacle electoral aún y con los dados cargados. No les quedaría más que fraguar y ejecutar el fraude comicial más descarado en muchos años, imponiendo a Felipe Calderón como presidente “legal” y, por eso mismo, embriagado de un poder espurio que haría de la violencia de Estado su cruzada personal para tratar de legitimarse en el cargo.

El presidente AMLO ha dedicado el recuerdo de ese acto vergonzoso a los jóvenes, para que se enteren de las circunstancias del contexto y los intereses que lo precipitaron. Para el pueblo agraviado por esa ignominia, ese recuerdo permite comprender realmente el pasado -y relanzarlo hacia un futuro- cuando se apodera de él, “tal como relumbra en un instante de peligro”, como el rayo de que hablaba Walter Benjamin en su Tesis VI de Filosofía de la Historia, cuando la memoria del agravio gana fuerza de cambio esperanzadora. Desde 2006 fue contenido, “haiga sido como haiga sido” se mofaría Calderón, un proyecto alternativo de nación que, empero, quedó como eje de un movimiento social cada vez más amplio e inconforme con los excesos de quienes llevaron al país al punto de no resistir más atracos y corrupción.   

La memoria del agravio propició el cambio en 2018, un cambio verdadero consecuencia de un momento crítico que exigía “no más de lo mismo” y que hoy está cimentando las bases de una transformación histórica que, ya hemos planteado aquí, está en una suerte de constelación (siguiendo a Benjamin) que comprende la construcción de una nueva institucionalidad que, sin embargo, aún enfrenta vicios del viejo régimen político. Los botones de muestra siguen saltando y hoy tenemos, por ejemplo, resabios de ciertas instituciones que no terminan de consolidarse como confiables en la sociedad y siguen como cotos de poder de facciones o intereses sectarios. El caso de mesas dispensadoras de justicia electoral y de organismos que fungen como árbitros del juego comicial, arrastran polvos de aquellos lodos en que se regodearon algunos de sus representantes, como cuando admitieron “elecciones sucias pero válidas”, y que, ahora, vuelven a ser motivo de controversia, pretendiendo que no haya dudas de su compromiso con una democracia que, antes, empero, socavaron.