México retórico
Hoy en día, México atraviesa un momento complejo en cuanto a su dinámica social. El señor López, al margen de lo que es, si acaso lo hay, su proyecto de país, todos los días pone un ladrillo más en ese muro que se ha empeñado en edificar, para dividir a los mexicanos.
Desde el púlpito mañanero desde donde pontifica y cautiva a sus seguidores, siempre tiene la frase, las palabras necesarias para etiquetar, marcar, señalar a alguien, concreto o abstracto, como enemigo de ese pueblo sabio, que lo es porque lo aclama, porque lo aplaude, porque le cree; del otro lado están los conservadores, los malos, los tontos que no se han querido dar cuenta que López es, para muchos, su Señor en la tierra.
Tradicionalmente señalado como expresión de la derecha, el fascismo, en realidad, puede presentarse al margen de la geometría política tradicional. Se trata de un tercer camino que presenta rasgos de ambas extremidades, por cierto, con el mismo origen que el socialismo. Se opone a la individualidad y, libertad y autonomía que da el liberalismo y tiende a la masificación social, bajo la guía el líder, pastor del rebaño.
Las características del fascismo son la exaltación del pueblo como comunidad virtuosa frente a los políticos corruptos, el desprecio de la democracia parlamentaria, la movilización callejera, la exigencia de un hombre fuerte en el gobierno, el nacionalismo, la oposición a la democracia liberal, el intervencionismo estatal en la economía, entre otros rasgos muy visibles y de los que dan cuenta hoy en día todos los escaparates mediáticos de nuestro país.
Uno de los grandes estudiosos del fenómeno fascista es Emilio Gentile que, en el prólogo de su libro “El líder y la masa. La génesis de la democracia recitativa” escribe: “Conocer el comportamiento de los jefes y de las multitudes en las distintas épocas del pasado puede ayudar a comprender a los jefes y a las multitudes de la política de masas del tiempo en que vivimos. Y por sobre todo, a reflexionar acerca de la actual tendencia a transformar el ‘gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo’, como lo definió Abraham Lincoln en 1863, en una ‘democracia recitativa’ dentro de cuyo marco la política se torna el arte de gobierno del jefe, que en el nombre del pueblo muta a sus ciudadanos en una multitud apática, estúpida y servil”.
En otra parte del texto, dice Gentile: “Ya derrotados los partidos ideológicos de masas, actualmente en su lugar hay partidos pragmáticos de jefes, o incluso partidos personales de emprendedores que trasmutan en jefes políticos. Así, los comicios se volvieron una lucha entre jefes que orquestan la propaganda centrándola en su propia persona y provocan el consenso de las multitudes mediante llamamientos preeminentemente emotivos, expresados con lenguaje rudimentario pero vivamente dramático al representar la campaña electoral como una lucha en que se decide el futuro del pueblo y el destino de la nación. Con la personalización de la política, el jefe que gana las elecciones se considera investido de una misión redentora; por ende, concentra en su persona la acción de gobierno, proclamando que su autoridad deriva únicamente del pueblo que optó por él”.
Ahí está el problema, precisamente, en que el líder en la democracia recitativa pretende dividir al pueblo, marcando una lucha de clases, ya no vertical, como la planteara Marx, sino horizontal, entre el “ellos” y el “nosotros”, sin importar ningún otro elemento diferenciador más que la fe en el guía. Las palabras que encantan y fascinan masas son el espejismo retórico que oculta la deleznable realidad del fascismo, ese fascismo que hoy empieza a dar muestras de vida en México.
@jchessal