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No era mamá

Por Yolanda Camacho Zapata

Mayo 10, 2022 03:00 a.m.

La conocí todavía joven. Por supuesto que en aquél entonces, cualquiera rondando los treinta me parecía ya muy mayor. Sin embargo en retrospectiva, ella era una mujer en plenitud: con una trayectoria profesional exitosa y en ascenso, buena maestra,  amable e inteligente y ciertamente joven. Yo la admiraba desde la distancia. Observaba como sus compañeros la veían como una igual y le reconocían tener una mente aguda. Una vez, estando ella presente, escuché como en tono de broma, un compañero, hombre, le decía que se pasaba de cabrona (estoy citando, no se espanten) y ella, con una gran sonrisa, le respondió que más valía ser cabrona a ser pendeja (de nuevo estoy citando).  Su respuesta, rápida como su cerebro, validaba la fama de mujer directa y sin titubeos. No es que no tuviera dudas, sino que tenía la claridad suficiente para reconocer sus múltiples huecos y los buscaba subsanar investigando, estudiando y aprendiendo. Tenía una humildad inusual para responder con toda franqueza, que tal o cual asunto no lo conocía, pero que investigaría. Y lo hacía. En la siguiente conversación retomaba el tema discutido días antes y hasta entonces expresaba una opinión que siempre estaría respaldada con el conocimiento de causa. Me caía bien su franqueza y, sobre todo, que poseía una manera de hablar donde parecía que no tenía nada que perder. No se achicaba ante nadie y jamás había en su tono aquella frecuente manera de hablar llena de falsos halagos que suele prodigarse a funcionarios o superiores. Ella no, ella les hablaba de tú y les decía incluso aquello que sospecho nadie quería oír, pero que era necesario escuchar. 

Al paso de los años la vida me fue poniendo cerca de ella en ciertas temporadas. Se trabó entre nosotras una relación cordial que a veces rayaba en amistad. Mayor por algunos años, su sentido generoso le hacía compartir conmigo  consejos que tenían la intención de ahorrarme algunos de los pasos tortuosos que ella había sufrido para  llegar a la cumbre de su vida profesional. Yo le escuchaba atenta, sabiendo que nunca hay que desperdiciar la voz de una persona sensata.

En una reunión a donde ambas acudimos fue claro que los años no habían hecho otra cosa mas que aumentar su bien formada inteligencia. Al terminar ella salió volando hacia otra reunión, aunque hizo escala, al igual que yo, en cierta estancia que quedaba un poco escondida al pie de unas escaleras. Ella y yo escuchamos claramente como tres personas, dos hombres y una mujer, hablaban de lo competente que era. Eso, hasta que alguien de ellos dijo que “de alguna manera tenía que compensar su desgracia amorosa, el no tener a esas alturas a una familia propia y el fracaso de no ser madre”. Yo la vi fijamente y ella solo me hizo con los dedos la seña de quedarme callada. Obedecí. Las tres personas siguieron halagándola y ella y yo, silenciosamente caminamos hacia nuestros carros.  Yo francamente, no encontré que decir. No fue necesario. Ella fue la que habló: “Aquí si eres mujer, no estás casada y no eres madre, piensan que eres un fracaso. En fin. No era lo mío, nunca lo fue. Estoy bien, aunque cada dos o tres meses tengo que tragarme algo similar.” La escuché en silencio y no, no había gota de arrepentimiento, ni siquiera reproche en su voz. Era, simplemente, la descripción de una situación a la cual parecía estar ya acostumbrada. 

En el estacionamiento nos alcanzaron las personas que habíamos escuchado. Me hubiera gustado que ella les dijera algo que les hiciera saber que las habíamos escuchado. Me hubiera encantado que les recordara su muy exitosa trayectoria profesional y académica y que les dijera que una mujer no se define por su estado civil, ni mucho menos por su condición de madre. En ese entonces era yo más joven, más atrabancada, más inexperta. Ahora entiendo por qué ella volteó a despedirse graciosamente, con el porte envidiable que todavía tiene y con movimientos firmes salió del apretado espacio de ese estacionamiento mal planeado. 

Nada de malo tiene optar por ser esposa o madre, pero tampoco nada incorrecto hay en optar por no serlo. Ser mujer va mucho más allá. Quizá vale la pena recordarlo hoy, justamente hoy.