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No mejoró la señal

Por Yolanda Camacho Zapata

Mayo 11, 2021 03:00 a.m.

A

Al salir de la Escuela Normal del Estado, nos invadió una euforia que hace mucho no sentíamos y que  desembocó en un ordinarísimo testimonio: tomar una selfie y postearla. Vacunarse contra Covid se convirtió en una luz pequeña que alumbró este psicodélico túnel en el que nos metió la pandemia. Bien conscientes estamos que este extraño periodo está lejos de terminar, pero, por lo pronto nos esperanzó saber que, después de todo, habrá un final, en algún momento.

Algara y Camacho, dos apellidos del inicio del abecedario que nos hicieron ser de los primeros maestros en vacunarnos. El día había estado repleto de actividades, así que fue hasta las cuatro de la tarde que pudimos ir hacia uno de los centros de vacunación para darnos cuenta que la fila era larguísima. En eso, mi gemela, Talia, nos informó que ella acababa de llegar a la  Normal del Estado  y que prácticamente no había nadie. Como de rayo nos dirigimos hacia ese lugar y, efectivamente, había unas cinco personas delante de nosotros. Un chico muy amable revisó nuestra documentación, otra persona la temperatura y una tercera que estuviéramos en la base de datos de la Universidad. De ahí, a la fila en el patio techado y tras unos cuantos minutos, una enfermera que se llamaba Irma Yolanda (como mi tía y mi mamá, lo tomé como un buen augurio), nos aplicó la vacuna rodeada de otras enfermeras, unas militares y otras del IMSS. Talia para entonces ya estaba en observación. Mientras nosotros hacíamos lo propio y al ver que el lugar seguía prácticamente vacío, nos dedicamos a informar en los chats de profes que corrieran a vacunarse a la Normal. Por lo menos tres de nuestros amigos lo hicieron.

No sentí nada, Marcos un poco de molestia, como si tuviera un moretón en el brazo. Tras media hora, abandonamos el lugar, empezó la euforia y después la selfie. Pensé en muchas cosas a la vez, la primera, fue la imagen de mi salón de la Uni. No me había dado cuenta de que lo extrañaba tanto. Luego, me dieron unas tremendas ganas de ponerles cuerpo a las caras que conocí el semestre pasado a través de minúsculas ventanas en la pantalla de mi computadora. Conozco únicamente a dos alumnos de ese grupo, que tuvieron la puntada de ir a presentarse a mi oficina y acabaron haciendo su servicio social ahí. Una de ellas dijo “¡Caray, en realidad sí es tan chaparrita como nos dijo!”. Me hizo reír mucho. Pensé que aunque no he odiado dar clases en línea, jamás suplirá la experiencia de escuchar esas puntadas chistosas cara a cara en medio de una clase en la Facultad. 

Al día siguiente, ambos tuvimos reacción. Dolor de cabeza y de cuerpo, febrícula. Algo parecido al inicio de una mala gripa. Quienes ya tuvieron Covid, dicen que se siente como el inicio de la enfermedad. En nuestro caso, fueron únicamente 24 horas de molestia, pero nada que no pudiese solucionarse con Paracetamol de 500 mg.  Al otro día, estábamos como nuevos.

Un par de personas nos cuestionaron habernos vacunado “con la vacuna china, cuando la buena es la Pfizer.” Nosotros y los médicos siempre hemos creído que la mejor vacuna, es la que esté disponible. Las vacunas, cualquier vacuna, proveen una protección que el cuerpo antes no tenía. Sin embargo, por más tranquilidad que dé, hay que recordar que no impiden que el virus  contagie, más bien reducen la posibilidad de enfermarse, suavizan los síntomas y disminuyen drásticamente la posibilidad de morir. En estas épocas, eso suena 

bastante bien.

Por otro lado, no se nos cayó el brazo, ni tampoco hemos sentido circulando por nuestras venas el chip rastreador que los conspiracionistas dicen que Bill Gates puso en las vacunas. No ha mejorado la recepción del celular, ni ha aumentado la velocidad del internet cuando Marcos y yo estamos cerca. No se nos ha antojado la sopa de murciélago y por mas que queremos, no entendemos ni jota de mandarín.  Tampoco hemos dejado de usar cubrebocas, y seguimos usando gel y alcohol bajo cualquier pretexto. Seguimos conservando la distancia social y continuaremos evitando eventos masivos. El virus del SARS CoV 2 vivirá entre nosotros por un buen tiempo, vacunas o no, así que no hay 

que confiarse.

 No mejoró la señal del celular, pero sí la esperanza. Esto va terminar y mientras eso ocurre, no hay que bajar la guardia. Si algo hemos aprendido, es que este maldito bicho es traicionero. Tan traicionero como la velocidad del internet cuando urge conectarse.