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Nosotros y ellos

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Abril 15, 2021 03:00 a.m.

A

[Disclaimer: Este texto contiene referencias musicales que 

no son de Pink Floyd].

Las campañas proselitistas pueden llegar a ser magníficos espacios de vinculación entre los problemas, necesidades y demandas de la ciudadanía –algo a lo que podemos llamar la demanda-, y lo que son, representan y prometen las personas candidatas que buscan el voto popular –algo a lo que podemos llamar la oferta-.

Como Usted sabe, tengo un rato sosteniendo que la calidad de la oferta política en realidad depende de la demanda que la ciudadanía logra colocar en la discusión pública. Es decir, que existe la posibilidad de que la interacción/competencia entre las candidaturas esté determinada por aquellas exigencias que la ciudadanía –organizada o no- establece como el esquema de juego que debe ser jugado. 

Estamos hablando de mejorar el vínculo entre candidatas(os) y electorado. En esto hay una paradoja que encuentro peculiar: A pesar de que existe un notorio descontento por la duración de las campañas proselitistas –que pueden ser de 60 o 90 días, según sea el caso; aunque reconozco que quizás el descontento no solo se refiere a la duración, sino al costo y contenido de algunas campañas proselitistas-, la verdad es que encuentro que el tiempo puede resultar insuficiente para establecer vínculos de calidad entre personas candidatas y electorado. Y como el tiempo no parece ser la solución, entonces debemos enfocarnos en la eficiencia de los mecanismos por los que establecemos estos vínculos.

Hay distintos tipos de campañas. Abundan las que ofertan a personas –reales o construidas- y escasean las que ofrecen políticas públicas. Abundan las que prometen acciones, escasean las que proponen soluciones. Abundan las que gritan, escasean las que argumentan. Hace unos días el profesor Oscar Oszlak parafraseaba a Albert Hirschman a propósito del estilo decisorio de los gobiernos latinoamericanos: “tenemos un estilo decisorio donde la motivación a actuar prevalece sobre la comprensión, es decir, no se comprende muy bien lo que se va a hacer”. 

Entiendo que lo que buscan los equipos de campaña es obtener votos y/o ganar –que no es necesariamente lo mismo, luego hablamos de eso-. En el nombre de ese propósito, se privilegia una vinculación frágil con el electorado. Se busca un voto basado en la emoción. Las personas que se especializan en la mercadotecnia política lo saben, los medios de comunicación lo saben, hasta la academia lo sabe. 

[Intermezzo musical: no era mi intención frasear la célebre canción de La Boa, de la que se dice, es una variante que el yucateco Carlos Lico hizo del danzón ‘Angoa’, composición original del cubano Félix Reyna. Disculpe Usted la referencia, pero no lo pude evitar].

Es frágil y probablemente efímero el vínculo de un voto basado en la emoción, porque no ofrece rutas ni incentivos que favorezcan el establecimiento de relaciones de corresponsabilidad entre gobernantes y gobernados. De nuevo: a menudo la transacción propuesta durante las campañas suele ser una promesa a cambio de un voto. ¿Y después de la elección? ¿cuál la interacción que se propone? ¿no sería bueno pensar esto como un problema que también tenemos que resolver con democracia? ¿cómo hacemos para saber que lo que dicen y proponen las personas candidatas se basa en diagnósticos reales y en programas de acción pertinentes, factibles e informados?. ¿cómo mejoramos la calidad y eficiencia de los vínculos entre nosotros y ellos?. Déjeme proponer un par de ideas.

Que sea la sociedad la que establezca la agenda de lo que tiene que ser discutido. Es perfectamente válido que una persona que habita en su comunidad, espere que un candidato le arregle la calle o le instale servicios. Como igualmente válido es que una comunidad de personas indígenas demanden políticas transversales con perspectiva de inclusión e interculturalidad. Es válido –justo y necesario- que las comunidades de personas interesadas en ciertos temas, establezcan los términos a partir de los cuales deben ser discutida la oferta política. Comunidades de médicas(os) y pacientes demandando políticas de salud. Docentes, estudiantes, padres y madres de familia hablando de necesidades de políticas de educación, por mencionar solo unos ejemplos. Insisto: que sea la sociedad la que establezca la agenda de lo que tiene que ser discutido.

Y lo otro es (re)construir el espacio de encuentro. Real, auténtico, duradero. Sin asimetrías ni simulaciones. El diálogo solo es una consecuencia de la capacidad real de entendernos. Pero nada de esto ocurre si no contamos con espacios de encuentro. Siempre ha sido tarea mutua, de nosotros y de ellos.

Twitter. @marcoivanvargas