Oda a la meta realidad
Dícese que se dice que la vida da vueltas, que nadie tiene la verdad. Ni la absoluta ni la parcial. Que no hay mal que por bien no venga o que lo que viene conviene que el universo se expande continuamente y por ello su naturaleza infinita.
Se acabaron las fiestas, fueron y vinieron los Reyes Magos y llegaron de la mano Omicrón y Deltacron “con sus dos patitas muy abiertas
al marchar”.
Ahora los negativos dieron positivo y los malos pensamientos o los sentimientos encontrados se confrontan en un deseo de un falso “ojalá pronto esté bien señor”.
Las fronteras de los continentes aún abiertas pero tripulaciones completas en cuarentena y aviones y vuelos demorados, pospuestos, llenos o cancelados: caos aéreo.
En tierras locales se anuncian medidas y aforos reducidos al 30%, se advierte sobre la duración de los eventos sin exceder a los 300 minutos en tanto una población mundial está arañando paredes mientras se encierra a piedra y lodo en sus domicilios, mientras la luz verde de un semáforo a modo, nos confunde.
Las estampitas y “detentes” han perdido su poderoso y mágico efecto y no basta ser intachable, no corrupto o no mentiroso, para que a cualquiera se le meta el bicho a las vías aéreas que también se congestionan y nos obligan a la reclusión. Aún a los de gran nombre o renombre.
No hace falta vivir en uno de los sitios en donde el surrealismo se desarrolló para vivir una realidad onírica y fantástica propia de una señora Carrington o un Max Ernest.
Habitamos ya la antesala de una metarrealidad: “realidad virtual, descentralizada y multicorporativa que muchos creen que será la sucesora de Internet tal y como la conocemos”, o lo que sea que ello llegue a significar.
“La próxima versión de Internet sí podrá transmitir esa profunda sensación de presencia” que será necesaria ya instalados en una periodicidad de aislamiento-libertad, que será parte de los ciclos de un nuevo estilo de vida o bien de un innovador modelo económico.
Mientras tanto, los de a pie, camión o ubber nos debatimos por el pan nuestro de cada día entre esferas navideñas, roscas y atoles que rompen récords para posicionar locaciones que compiten por el spotlight para una selfie de grupo.
Los jóvenes, algunos, se muestran indecisos ante elecciones entre dedicarse a ser influencer o nuevos hippies. Algunos aspiracionistas colocan su mirada en grupos de contemporáneos que construirán o construyen el futuro por un monto mensual simbólico que algunos llaman clientelismo, otros doctrina y algunos ideología.
Construir futuros sin vivir el propio presente o sin tener pasado que te valide, es parte de esa metarrealidad que emociona y agobia, atormenta y seduce.
Ya no llamamos a las cosas por su nombre y entre eufemismos, modismos y neologismos vamos perdiendo esencia, naturaleza y hasta corporalidad hasta convertirnos en neogadgets, neohumanos o alguna otra variedad en donde megagrupos minoritarios, feministas, Darks, Punks, góticos, cofradías, congregaciones o LGTB “plus & more” han sido destronados. La elección de género entre “Devices ( “a thing made or adapted for a particular purpose, especially a piece of mechanical or electronic equipment. A measuring device”) ya no ocupará el trending tópico semanal de redes y más redes.
Evolucionamos del hominido al homo habilis, al sapiens, al videns, al ludens, fabril, etc., para derivar en el homoalgorithm, como emblema del siglo digital que hemos creado pensando que eso se llamaba progreso.
Así el devenir vespertino de mis piensos…
*La palabra “algoritmo” es de origen árabe. Viene de “al-Khwarizmi”, sobrenombre del célebre matemático Mohamed ben Musa. Khwarizmi quiere decir “de Khwarizm”, el estado donde nació Ben Musa. Al-Khwarizmi vivió entre los años 780-840.




