Operación conjunta
Nuestra historia tiene lugar en la Ciudad de México en el mes de diciembre de 1959, y en la misma intervienen espías mexicanos, espías norteamericanos y miembros de la KGB soviética. Como veremos, si bien la historia podría servir de argumento para una película de James Bond, corresponde a hechos verídicos según la versión de varios de sus protagonistas, y gira alrededor del robo por parte de los norteamericanos de los secretos de una sonda espacial que la Unión Soviética tenía en exhibición en el Auditorio Nacional. La historia está relatada en un artículo aparecido el pasado 28 de enero en la revista de divulgación “MIT Technology Review” firmado por Jeff Maysh.
Como sabemos, el 4 de octubre de 1957 la Unión Soviética logró poner en órbita terrestre al Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, seguido dos meses después por el Sputnik 2 con la perra Laika a bordo. Los Estados Unidos, por su parte, colocaron en órbita su primer satélite, el Explorer 1, el 31 de enero de 1958. Se inició de esta manera la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. De manera dispareja, sin embargo, pues el Sputnik 2 tenía un peso de media tonelada mientras que el Explorer 1 pesaba apenas unos 15 kilogramos, lo que evidenciaba una diferencia sustancial en tecnología espacial entre los dos países.
Pronto esta diferencia se hizo más clara cuando la Unión Soviética logró enviar las sondas Luna 2 y Luna 3, la segunda de las cuales logró fotografiar la cara oculta de nuestro satélite natural en octubre de 1959. Con esto, los norteamericanos entraron en pánico pues consideraban que la superioridad espacial soviética reflejaba su capacidad para fabricar misiles nucleares -el verdadero interés de la carrera espacial- que pudieran hacer blanco en su territorio.
Así las cosas, la Unión Soviética organizó una exposición itinerante para exhibir su desarrollo tecnológico, en la que la sonda lunar ocupaba el lugar central. La exhibición abrió del 21 de noviembre de 1959 en la Ciudad de México y se prolongó hasta finales de diciembre.
Aprovechando la ocasión, los norteamericanos resolvieron tratar de averiguar los secretos de la superioridad espacial rusa examinando subrepticiamente a la sonda lunar. Dado que estaba fuertemente resguardada por los agentes soviéticos, esto no era posible durante la exhibición, por lo que idearon un plan para secuestrarla por algunas horas durante su traslado desde el Auditorio Nacional hasta la estación del tren en la Ciudad de México.
Para llevar a cabo su plan, los espías norteamericanos contaron con la ayuda de espías mexicanos comandados por un miembro del Estado Mayor Presidencial según relata Maysh que, aprovechando el caos de tránsito característico de la Ciudad de México, lograron separar el camión en el que se trasladaba a la sonda, del vehículo en el que se transportaban los agentes soviéticos que la tenían a su cuidado. Así, los agentes mexicanos llevaron la sonda lunar a un sitio previamente escogido en donde los espías norteamericanos abrieron la caja en la que se transportaba y la desarmaron por completo para fotografiarla. Después de esto la volvieron a armar con todo cuidado para que los soviéticos no notaran la violación. Antes de rearmarla, no obstante, removieron todas las piezas removibles de su interior. Particularmente, estaban interesados en obtener muestras del combustible empleado por los soviéticos, que consideraban era uno de los factores que hacían superior a la tecnología espacial rusa.
Todo lo anterior lo lograron durante la noche en el espacio de unas cuantas horas, de modo que antes del amanecer la sonda lunar llegó a la estación del ferrocarril en la que la esperaban los soviéticos que nada notaron. Todo esto demuestra el alto grado de habilitación de los espías norteamericanos, uno de los cuales formaba parte de un grupo de ladrones e intrusos conocido de manera afectuosa como “hombres del segundo piso” por su capacidad para entrar a edificios a través del segundo piso.
Habría que decir también que, según Maysh, el escuadrón que llevó a cabo el latrocinio contó con la valiosa ayuda de una persona de la embajada norteamericana, quien les pidió que se olvidaran de las enchiladas y las margaritas y que sólo consumieran avena y agua, dado que una vez dentro de la caja en la que se transportaba la sonda, el espacio sería tremendamente reducido y un mal gas daría al traste con toda la operación.
La información proporcionada por el secuestro de la sonda soviética habría sido de gran ayuda para que los norteamericanos ganaran finalmente la carrera a la luna y con esto la historia tuvo un final feliz. De acuerdo, por supuesto, del lado en que se le vea.