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Oro, Plata y Bronce

Por Jorge Andrés López Espinosa

Julio 26, 2021 03:00 a.m.

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Un año después, finalmente iniciaron los Juegos Olímpicos de Tokyo, luego de todo lo que ocurrió en el año 2020 que nunca olvidaremos, se encendió una vez más el fuego en el pebetero, con una llama que coronó una ceremonia de grandes mensajes para la humanidad, desde la capital del país donde el sol nace y que en esta mitad del 2021 nos envía un potente llamado a la fraternidad universal, colmado de lo que mejor que saben hacer los japoneses: reinventarse. 

Recordemos estimado lector que Japón desde 1945, literalmente ha tenfido que emerger desde las cenizas radioactivas de Hiroshima y Nagasaki, con una capitulación en la segunda guerra mundial al haber pertenecido a las naciones del eje (Berlín-Roma-Tokyo), pero con un pueblo valiente pero sobre todo disciplinado que, luego de su derrota militar, supo reconstruir la nación hasta convertirse en una potencia mundial, sin renunciar a su tradición monárquica constitucional. 

De Japón hay muchos aspectos que bien pudieramos imitar, su educación, la tecnología creativa, pero en específico de la cerermonia inaugural que le prepararon al mundo hay aspectos en sumo interesantes, con mensajes de fondo dignos de ser recordados por generaciones; el representar al planeta con drones iluminando el cielo de Tokyo, fue un llamado a considerar  la tecnología como un instrumento de luz para el planeta, que la melodía de estos juegos fuera “Imagine” en una bella versión interpretada por cantantes de cuatro continentes y un coro de niñas y niños representando Asia, sin duda le dio un nuevo matiz a una de las mejores letras que se hayan escrito, incluido el hecho de que Lennon haya reconocido muchos años después la autoría de esa pieza inmortal a la inspiración de su gran amor, la nacida en Tokyo, Yoko Ono. 

El encendido del pebetero con los últimos relevos, mostró el gran respeto y veneración de los japoneses por sus ancianos, culminando el relevo final con un mensaje contundente contra la discriminación en cualquiera de sus aspectos, Naomi Osaka una tenista hija de padre haitiano y madre japonesa, una joven promesa de ese deporte quien además se ha covertido en una gran activista contra la discriminación, precisamente en un país que con esa acción reconoce ante el mundo que ahí se vive esa problemática, pero que se está luchando por erradicarla. 

Ese es el Japón del siglo XXI, el país de autoridades sobrias, de arte y cultura milenarias que aún siguen vigentes en el corazón de sus modernas metropolís, una país que se adaptó a la nueva realidad para dar cabida a unos Juegos Olímpicos que serán inolvidables. Así, estimado lector las medallas: el oro, la plata y el bronce hoy deberían tener exactamente el mismo valor para las y los atletas, primero porque están vivos y pueden participar en las olimpiadas post-covid, porque estos juegos son el primer homenaje para los millones de seres humanos quienes no lo lograron y también -como ya lo fue en la ceremonia- un reconocimiento a quienes hoy nos han mantenido con vida: médicos y enfermeras, sin olvidar a los científicos que lograron darnos esperanza con la vacuna. 

Otra medalla tendría que ser para los atletas refugiados que participan sin el cobijo de una nación, hombres y mujeres que se vieron obligados a  dejar su tierra víctimas de los conflictos bélicos que aún persisten en nuestro planeta y que nos recuerda como humanidad que la guerra y el resto de los jinetes apocalípticos ahí siguen, y que vencerlos algún día, sería ver colmado el sueño de Pierre de Coubertin, padre del olimpismo moderno; donde el competir y hoy estar vivos es toda una ganancia. 

Hasta el próximo lunes.