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Panismo reivindicado

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Enero 12, 2021 03:00 a.m.

El triunfo de Octavio Pedroza en la elección interna del PAN, para definir a su candidato a gobernador de la entidad potosina, es muestra clara de un panismo ávido de reivindicarse con un sentido de identidad y pertenencia a ese partido que se había extraviado, hacía ya buen rato, por un pragmatismo extremo de su dirigencia, sobre todo, nacional. En la sucesión de 2015, Pedroza decidió renunciar como aspirante de su partido a la gubernatura, luego de confrontarse con la cerrazón convenenciera del entonces dirigente nacional panista Gustavo Madero, que se resistía a reconocerlo como el mejor posicionado entre la ciudadanía. Pedroza no se fue del PAN y esperó todo este tiempo para consolidar su imagen de “panista de cepa” y eso, sin duda, se reflejó en la adhesión creciente de la militancia de su partido a su nueva convocatoria para lograr la candidatura. De allí a que una mística específica del panismo tradicional, conocida como “brega de eternidad”, se materializara en la opción de Pedroza mediaba un paso menos largo que para los demás. No es desdeñable el esfuerzo de sus contrincantes, por supuesto, pero en términos de lo antes planteado no había punto de comparación que advirtiera un sentido distinto del manifestado el domingo pasado.

Es significativa la reorientación que la militancia panista impulsó en este proceso interno, toda vez que, señalamos antes, los últimos años se había agudizado el deterioro de la mística que caracterizó a ese partido cuando se asumía como una oposición “leal”, en el sentido de manejarse con institucionalidad y defensa reiterada de sus principios programáticos y de doctrina. Sin embargo, la errática intervención de dirigentes formales -como el ya mencionado Madero- y otros informales -como Calderón- pero influyentes en ese partido, propiciaron lo que don Víctor Flores Olea planteara como una peculiar desviación de la democracia hacia “la discusión de las personas” y no con base en argumentos de los programas que sostendrían en caso de llegar a cargos de alta responsabilidad política. Y, ciertamente, lo que ha prevalecido es una discusión que descansa en listas de nombres de personas (ya sean físicas -aspirantes- o morales -partidos-) y no de proyectos de fondo que puedan ser contrastados más allá de los típicos lugares comunes (combate a la pobreza, corrupción, bien común, etcétera). Justo en ese punto estuvieron detenidos los panistas un buen rato, discutiendo sobre personajes que podrían representar mejor los intereses de las respectivas facciones y no los de la organización en su conjunto -y mucho menos de la nación (esa “patria ordenada y generosa” que tanto sirviera como seña de identidad, más allá de su consignación en la letra de los documentos básicos)-. El caso de la pareja Zavala-Calderón fue paradigmático en esta línea de “argumentación”, al extremo de generar un ambiente cismático que se concretó con su vergonzosa salida del partido.

Así las cosas, la victoria de Pedroza en la interna panista apunta a una reivindicación de un panismo que reclama un fortalecimiento de una militancia degradada en su mística doctrinaria, e incluso mermada en su afiliación, pero que no se puede desconocer como heredera de una tradición de oposición institucional que siempre es necesaria para generar equilibrios en el ejercicio del poder público y del sistema político. Sobre el derrotero que habrán de seguir los demás participantes en la contienda interna, resta esperar las decisiones que tomarán conforme a su circunstancia personal, pero será interesante su posicionamiento con respecto al partido en el que resolvieron jugar su aspiración -legítima por lo demás- y, en esa medida, considerar sus posibilidades para el resto del proceso electoral.