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Poder y Locura

Por Gabriel Rosillo

Enero 27, 2022 03:00 a.m.

Definida por la Real Academia Española como el estado de privación del juicio o del uso de la razón, caer en despropósito o gran desacierto, generar alguna acción que por su carácter anómalo causa sorpresa, o bien encontrarse en estado de exaltación del ánimo o de los ánimos producida por algún afecto u otro incentivo, la locura es algo en que los políticos pueden caer debido a la fascinación por el poder.

En los corrillos de la política mexicana no es raro escuchar que de pronto se hable de los políticos que comienzan a tener comportamientos extraños al ejercer el poder, como alguien que “se volvió loco”, “se le subió”, “ya se mareó”, al realizar acciones que salen del patrón de lo que se está acostumbrado a ver en esas personas, es decir, que se observa un cambio de personalidad, generalmente asociado al ejercicio del poder.

Por otro lado, el ejercicio del poder en las organizaciones o en la política es aquel fenómeno que se da al lograr que otros hagan lo que uno pretende y que de otra manera no harían, parafraseando a Dahl y Robbins, estableciendo una relación de poder respecto de otros y que puede llevar a una dinámica de dominación, de subordinación, de sometimiento.

Dicho lo anterior, vale recordar que en un entorno gubernamental donde predomina la discrecionalidad, la rendición de cuentas es incipiente, y los mecanismos institucionales de pesos y contrapesos son frágiles, las personas que ostentan el poder son sujetas de encontrarse en situaciones de dar rienda suelta a sus inclinaciones humanas y ser presas de sus trastornos psicopatológicos, como la ansiedad, pánicos, fobias y traumas.

Con el acceso a los recursos y facilidades que da el poder político, en el entorno de discrecionalidad anteriormente descrito, las personas que ocupan posiciones de liderazgo se encuentran en mayor riesgo de atender a sus apetitos y tendencias en lugar de ocuparse del interés público, que comúnmente se manifiestan en acumular riquezas y bienes materiales, u otros placeres de la vida.

Acompañado a lo anterior, también se da que en el caso de satisfacer o mitigar sus trastornos psicopatológicos, las personas con poder pueden tender a resolver sus ansiedades y vacíos adquiriendo notoriedad y protagonismo para sentirse amados y admirados, o bien controlando y sometiendo a todo lo que pueda a su alrededor. Igualmente pueden llegar a utilizar ese poder para generar acciones afirmativas frente a sus complejos o traumas de inferioridad o de clase, mostrando con sus actos un reflejo y extensión de su personalidad.

Los personajes con exposición pública, con poder, y que no cuentan con una formación técnica y política seria, extensa y con disciplina, pueden incluso caer en decisiones extremas de manera inconsciente que los pueden llevar a perder su identidad y equilibrio emocional, y en consecuencia desbarrancar también a las frágiles instituciones públicas mexicanas.

¿Cómo evitar lo anterior? Es un tema complicado, pero de entrada el establecer un servicio profesional de carrera, diferenciado de las posiciones de carácter político, pudiera ser un buen dique de contención a los apetitos de personalidades que pueden estar o caer fuera de juicio.

Un servicio profesional de carrera obligaría a tener filtros rígidos de acceso a la función pública, con exámenes técnicos y psicométricos, además de ligar sus comportamientos a objetivos y metas institucionales evaluables periódicamente, además de que debiera imperar una política administrativa estable y cierta, con una lógica racional tanto en lo técnico como administrativo, y que los políticos solo puedan dar sus matices y orientaciones en las relaciones de poder, pero que cierren el paso a ocurrencias o trastornos personales.

¿Y por qué no? Que también la ley electoral obligue a los candidatos a que presenten al público su evaluación psicológica de personalidad, creo que sería más interesante que su 3 de 3.

Twitter: @G_Rosillo