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Principio de Física

Por Yolanda Camacho Zapata

Mayo 25, 2021 03:00 a.m.

A

No deja de sorprender el tipo de seres que somos. Tan complejos, pero tan simples. Las últimas dos semanas,  la vida de las  ciudades que habitamos ha cambiado. Algunos dirían que han retomado la ajetreada actividad que tenían antes de la pandemia. Sin embargo, está en el aire la extraña sensación de haber regresado sin haberse ido del todo. Una especie de limbo espacio-temporal. Hacemos lo de antes, lo de siempre,  pero sin hacerlo igual. No es únicamente que sigamos usando cubrebocas o frotándonos las manos con alcohol; es que volvimos sin volver. Pero ¿estamos volviendo a donde queríamos regresar?  ¿para qué estamos volviendo?

La forzada estancia en casa abrió puertas que ni siquiera imaginábamos que necesitábamos. Descubrimos que no es necesario correr de junta en junta, cuando desde la sala podemos hablar exactamente de lo mismo sin importar la lejanía de kilómetros. Descubrimos también que la tecnología puede ser aprendida en un santiamén y que existen herramientas virtuales prácticamente para todo. Descubrimos que somos frágiles, que un virus invisible puede acabar con nosotros. Descubrimos que es cierto que debemos de comer frutas y verduras, que la obesidad nos hace vulnerables, que hay que hacer ejercicio por motivos más importantes que lograr una apariencia física conforme a los estándares de belleza. Descubrimos que podemos caminar de un lugar a otro para evitar la cerrazón de los vehículos, que la bicicleta es una buena opción y que tenemos cerca de nosotros espacios naturales antes olvidados porque los parques urbanos no son todo. También descubrimos que aun con todo a favor, podemos morir sin importar la carencia de condiciones preexistentes. Vamos a morir, de un virus o de cualquier otra cosa. 

Aprendimos a aferrarnos cada quien a lo que pudo. Unos abrazaron la fe en seres superiores. Rezaron. Otros se dejaron caer en las redes de amistad construidas años atrás y que, mediante zoom y llamadas, resultaron ser salvadoras de ánimo y salud mental. Hubo quien se aferró a la ciencia y al tiempo. Todo era cuestión de saber esperar, tomar las precauciones sabidas, dejar pasar protocolos y entonces, conocer más al enemigo, saber sus debilidades y crear tratamientos y vacunas que nos protegiesen. Supimos también que nada más difícil que hacer que alguien suelte una creencia, sea en Dios, o en teorías conspirativas. 

Los biólogos dicen, no sin razón, que nuestros estados de felicidad se deben a sustancias químicas que genera el cuerpo. Puede uno tratar de ser la mar de optimista para sentirse feliz, pero si el cuerpo no produce en medidas necesarias endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina, nada sirve. Afortunadamente nacimos en una época donde a falta de algo, la ciencia hace paro. Si a esto sumamos los estado de incertidumbre a las que las condiciones sociales y económicas nos enfrentan, entonces conservar la felicidad se complica, aunque tengamos niveles suficientes del cuarteto químico de la felicidad.  

Quién sabe qué tanta felicidad nos traiga este extraño regreso. Quién sabe si nosotros, los adultos, seamos de nuevo seducidos ante un escritorio, una silla y quizá una sexi cafetera en la oficina. Quién sabe si seamos felices corriendo  de nuevo a tiempo completo para dejar hijos, llegar a trabajo, quedarse nueve horas sentado en juntas y luego, no tener tiempo ni para ir a comprar el súper, mucho menos para hacer deporte, o platicar con la familia sobre el día. 

No, vivir en pandemia no es el estado ideal de la humanidad, pero tampoco era vivir como vivíamos. Dicen los budistas que el problema de las personas es anhelar esos efímeros sentimientos que nos elevan la sensación de bienestar. No dudo que  habrá quien añore la pandemia. Tal vez entonces sea útil recordar que varias prácticas espirituales aconsejan la contemplación e introspección para aceptar que la vida es un constante flujo y querer retener ciertos momentos y las emociones que nos provocaron, es tan fútil como buscar retener las olas del mar. 

Nadie sabe qué pasará  una vez que el mundo acabe de convivir con este bicho. Me niego a caer en optimismos absurdos que se repiten como mantra y afirmar que todo será mejor. Tampoco creo en pesimismos irracionales que predican la necedad humana  con el absurdo totalitarismo que clama que no hemos aprendido nada. Yo prefiero irme mejor con aquellos que han abrazado lo que fue y lo han dejado ir, para, sin pelearse con los principios de la Física, abrazar lo que haya ahora, porque dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio.