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Producir y transformar

Por Miguel Ángel Hernández Calvillo

Enero 14, 2025 03:00 a.m.

A

La producción nacional de autos eléctricos, anunciada por el gobierno mexicano, es una noticia que merece destacarse por lo que significa en términos de orientar la actividad económica industrial más allá del ensamblaje mecánico de las piezas de una mercancía cualquiera, generando la posibilidad de apropiarse del elemento innovador que permita producir de manera más soberana y sostenible. “Olinia” será una armadora de autos eléctricos muy compactos, pero diseñados para cumplir con una demanda creciente de usuarios que buscan vehículos seguros, de bajo costo de adquisición y operación, así como amigables con el entorno ambiental. Además, se pretende que sea detonador de actividad económica regional con la instalación desde proveedurías locales de diversos componentes hasta complejos de armado final de las unidades. Un proyecto que será coordinado por la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación y desarrollado por el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y el Tecnológico Nacional de México (TecNM). En suma, una promisoria combinación de economía moral, responsabilidad ambiental y aplicación científico-técnica que trasciende la tradicional visión dependiente de economías externas consideradas, así nomás, como “más desarrolladas”.

Con los gobiernos neoliberales era imposible esperar una orientación así de la política económica. Se producía, no para transformar la economía del país en una verdadera palanca del desarrollo nacional sino para cumplir con las orientaciones dictadas por los grandes organismos financieros internacionales. En el colmo de la subordinación a capitales transnacionales y a intereses de agentes económicos de gobiernos extranjeros como el tesoro estadounidense, se llegó al extremo de plantear como solución al saqueo de que fueron objeto muchas empresas paraestatales… volverlas a saquear con privatizaciones que las hicieran “rentables”… a unos cuantos cercanos o favoritos de gobernantes venales (el famoso “capitalismo de cuates”). No se trataba, pues, de una economía para el bienestar de la gente. Jamás llegó a pasar por la mente de quienes gobernaban, bajo ese esquema depredador y excluyente, una cuestión como la que ahora se expone de manera pertinente: la construcción  de una soberanía tecnológica que pueda abonar a lo que de manera más amplia propone la Presidenta de México con respecto a la relación con países como el vecino del norte: cooperación, coordinación, no subordinación, en todos los aspectos de la dinámica económica y política de la relación bilateral. 

Lo que interesa destacar es la importancia que, para construir lo que se ha denominado como segundo piso de la transformación institucional, representa la denominada soberanía tecnológica. En efecto, tradicionalmente se ha planteado que somos una economía menos avanzada con respecto de otros países como el vecino del norte y, dirían los neoliberales, con un destino de subordinación inexorable porque nuestro potencial económico sería reflejo del desarrollo que esos otros países tienen y, por tanto, el problema se reduciría a los meros vínculos comerciales que se pueden tejer (por añadidura de manera desigual y asimétrica), cuando debiera ser planteado al revés: que la dependencia económica es consecuencia de la (des)organización interna que históricamente padecimos mucho tiempo con gobiernos que no se atrevían a poner límites, con buena diplomacia por lo demás, a los excesos económicos y políticos del vecino estadounidense (recuérdense los casos emblemáticos de Fox y Peña Nieto). En fin, las cosas de la cosa pública pintan diferentes. Producir para transformar (las relaciones sociales), y no para subordinarse a los intereses de unos cuantos de fuera y dentro del país, es una muestra de que un mejor desarrollo económico y político es viable, muy distinto al que nos habían empujado los gobiernos neoliberales.