La verdad desnuda
Un tipo le reprochó a otro: “¿Por qué permites que ese hombre bese así a tu novia?”. “¿Qué quieres que haga? -se justificó el otro-. Es su marido”... La nueva rica viajó por Europa. Al regresar organizó una cena para contarles sus experiencias a los invitados. Relató: “En Italia estuvimos en una ciudad que se llama Temeo”. “Torino, mujer, Torino” -acotó su esposo... Pido perdón a los predicadores y a los intelectuales -quién sabe cuál de las dos especies sea más cargante-, pero a mí no me gustaría haber conocido a Sócrates, a Pericles, a Esquilo o a cualquier otro de los ínclitos personajes de la Grecia antigua. Me habría gustado, sí, conocer a Friné, famosa cortesana. Su hermosura de cuerpo es legendaria. Amante de Praxíteles, escultor ilustre, le sirvió de modelo para las más bellas estatuas de mujeres desnudas que se vieron en el mundo helénico. Solía desatarse la cabellera y nadar sin ropas en el mar. Los peces, dice la leyenda, subían a la superficie a fin de contemplarla. Sucedió que algún pendejo -también los había en la Hélade- presentó contra ella una acusación por impiedad, y Friné hubo de comparecer ante un cónclave de severos jueces. La defendió Hipérides, orador rico en palabras. Ninguna pronunció en su defensa. Frente a los juzgadores quitó el manto que cubría a Friné y dejó a la vista el esplendor de su cuerpo. Los jueces, temerosos de ofender a los dioses que habían creado aquella perfectísima criatura, absolvieron a Friné. De ese episodio, afirman algunos filólogos sapientes, proviene la locución referida a “la verdad desnuda”. La proclamará quien diga que no estamos en el primer año del sexenio de Claudia Sheinbaum, sino en el séptimo del dominio de López Obrador. Razón sobrada asiste al ex Presidente Zedillo cuando habla de un “caudillo oculto” cuya sombra se cierne sobre el régimen actual. Aunque la mandataria se ha apartado cautelosamente -por no decir tímidamente- de algunas directrices de AMLO en cuestiones tales como la energética y el trato a la delincuencia organizada, lo cierto es que el discurso de la señora coincide con el del señor, según mostró en el Zócalo ante una muchedumbre de acarreados al llegar a los 100 días de su presidencia. Esos mítines multitudinarios, simulación que a nadie engaña ya, son anacrónico resto de una política de farsa que debería desterrarse de los protocolos públicos, pues nos presenta como país subdesarrollado en el cual la figura presidencial asume proporciones idolátricas. En fin, para escapar de estas irreales realidades vuelvo a la figura de Friné, iluminada por el claro sol mediterráneo, y exhalo un pesaroso suspiro de resignación por no haber tenido la ventura de aquellos peces que dejaron los abisales fondos del piélago para admirar su fulgente desnudez. La altilocuencia de las anteriores frases me indica que debo suspender el comentario y regresar a la senda del humor... Himenia, célibe autumnal, invitó a merendar en su casa a don Acisclo, maduro caballero. Le ofreció un piscolabis de galletas marías con una copita de rompope, y le dijo: “Hábleme de usted, querido amigo”. “De usted le hablo -respondió el visitante-. El Carreño, manual de urbanidad y buenas maneras, considera impropio el tuteo entre personas refinadas”. “Lo que le pido -aclaró la señorita Himenia- es que me hable de su persona, de su familia, de su origen”. “Ahora caigo -replicó don Acisclo-. En ese caso le diré que provengo de un linaje de duques, condes y marqueses”. Exclamó Himenia, admirada: “¡Vaya pedigrí que se carga!”. “¡Señorita! -se ofendió el caballero-. ¡Le aseguro que estoy perfectamente sobrio!”... FIN.
no te pierdas estas noticias