¿Qué es la democracia? (Tercera parte)

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La semana pasada abordamos en esta serie que hemos titulado ¿Qué es la democracia? lo referente a las mayorías, concluyendo que no se trata solo de cuestión numérica, que no siempre la opinión de los más, necesariamente tiene razón.

En esta misma tesitura, hay que tener en cuenta que nuestros sistemas electorales se basan, esencialmente, en mayorías relativas, es decir, que resulta vencedor quien tiene la mayor parte de los sufragios del total de los electores. Sin embargo, aquí hay algunos matices importantes de considerar.

En primer lugar, decíamos en la columna de la semana pasada que el poder público emana del pueblo y se instituye en su beneficio, con lo cual se nos da una nota del concepto “democracia” más allá de lo estrictamente aritmético. Esto es importante de tener en cuenta, dado que, por su parte, lo numérico jamás representa, en sí mismo, a la totalidad de la población, pues hay que eliminar, en primer lugar, a quienes no tienen derecho a votar, que son, en principio, menores de edad, incapacitados en sus facultades cognitivas, suspendidos en sus derechos y, muy importante, ciudadanos no inscritos en el padrón electoral, por la razón que usted guste y mande. Así, hay entonces un sector del pueblo que se ve impedido a participar.

En los dos primeros casos, es entendible que, por cuestión constitucional, no se les reconoce como tal el carácter de ciudadanos, quienes son los únicos habilitados para participar en política; en el tercer caso, los suspendidos en sus derechos son sentenciados o sujetos a medidas de autoridad por su conducta poco adecuada socialmente, por lo que también resulta comprensible su exclusión. Ya en el cuarto caso, la cuestión no es tan clara, dado que, si bien pueden ser ciudadanos, mayores de edad, en pleno ejercicio de sus facultades y derechos, la sola falta de inscripción en un listado les excluye de la posibilidad de votar; vamos, que pagan con el no sufragio su ignorancia o su descuido. De cualquier forma, son parte del pueblo que no cuenta.

En segundo lugar, aun dando por cierto, como creo que lo es, el que solo puedan participar como votantes activos quienes se encuentren inscritos en el padrón electoral (cualquier otra opción restaría certeza al sistema), habría que restar de los resultados a los abstencionistas y a quienes anularon, consciente o inconscientemente su voto, de acuerdo a la ley. Recordemos que, para la asignación del cargo votado solo se toma en cuenta la votación emitida válida, es decir, omite a los abstenso y los sufragios anulados.

De esta forma, en un país de ciento veintiséis millones de habitantes (como México), puede llegar al poder un individuo con treinta millones de votos (como López), lo que significa que lo hace por la decisión del casi veinticuatro por ciento de la población total; dicho de otra manera, aproximadamente la cuarta parte de la población decidió el destino de las otras tres cuartas partes.

No cuestiono, en lo absoluto la legalidad e, incluso, la legitimidad de la elección en cuanto a que se apega a las reglas del juego dadas en nuestro país. Es solo un ejemplo de como no necesariamente las mayorías electorales representan a esa mayoría que se infiere del concepto etimológico de “democracia”, con el que se quiere identificar esta palabra, sino que hay reglas que matizan esas mayorías y mueven, más allá de lo elemental, el sentido de las cosas y los términos, de manera que, se confirma, la democracia no necesariamente es cosa de números, nada más.

Entonces, considerando que una elección da como resultado un gobierno, a partir de las propias decisiones del pueblo que se dio tales parámetros electivos, tales reglas del juego (habría que ver, también, si en condiciones democráticas), ¿qué más se necesita para hablar de un régimen democrático; que se requiere para definir la democracia?

A eso dedicaremos la cuarta y última parte de este ejercicio, la semana próxima.

@jchessal