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Receta nocturna

Por Martha Ocaña

Junio 19, 2024 03:00 a.m.

A

Nada de nostalgia

Ni una lágrima por lo que no es

Ni una mueca por lo amargo

Ni un chasquido de dientes por el desencanto

La vida corre y nos arrastra con ella a menos que le quitemos el control de lo que ella no puede o debe decidir: la hora de comer y dormir, el beso de buenas noches y el menú de la semana.

Dejamos que haga en lo demás, esos momentos en los que ni pide permiso ni avisa y nos sorprende con una cana más en nuestra melena o un mechón de menos en ella. La vida es cómplice a morir, del tiempo y sus componentes conocidos en fracciones de sesentas, docenas o treintenas: a escoger.

Es, además, artista de la escultura, de la forma y los perfiles. Nos define, nos retrata, nos configura y nos alecciona, a veces torpemente y otras apenas perceptible. 

Cada día soy más su amiga, de su silencio y de sus alborotos y sólo me espanta cuando suena de madrugada para avisar lo inesperado o lo inevitable. O cuando se manifiesta con un golpe de viento que choca en el pecho cuando se despide lo más querido o se abandona lo que se creyó indispensable.

Los tontos la dejan ir o ser. Los más listos se adelantan y le ganan la batalla de los fracasos y las desesperanzas. A tontos y a listos nos baila hasta el cansancio, mientras ella sigue la brecha que los alientos de todos le abren para mantenerla viva.

Para dormir bien:

Un diluvio de lágrimas como desahogo

Una noche de risas para forjar futuros

Una tarde reflexiva para no caer en las garras del streaming

Una lectura irrelevante para respirar profundo

Una playa para agradecer la vida