Rituales de ayer y hoy
Pasó el xantolo pero nos falta el día de muertos. ¿Ya cambiaron la hora en el reloj de pulso? Los teléfonos como quiera, se ajustan automáticamente a los cambios de horario como el de anoche, que se supone fue el último al haberse abolido el famoso horario de verano.
Rafael Pérez Gay escribió en su columna de esta semana que aborrece el día de muertos: “la muerte nos destruye y nos deja mucho más frágiles que antes del paso de su sombra. La idea de que los mexicanos celebramos la muerte nunca me ha parecido consistente”.
Difiero, obviamente. Al margen del cómo “celebramos”, y de las personales creencias de lo que pasa después con el alma o “corazón” (así decían los antiguos), celebrar la muerte es celebrar la vida, el ciclo que nos toca, las experiencias y sentimientos compartidos con alguien. No sé si esto sea lo último que escribo y, por si las dudas, lo disfruto. Tampoco me gustan las plañideras, por ejemplo. Estamos hechos de “pretextos para” y de coincidencias. Muchos rituales se parecen, aunque no nos guste, pero cada quien sus duelos, sus recuerdos, sus ofrendas. Conocer otros ritos nos alimenta.
El viernes pasado tuve el honor de participar en una de las mesas del foro académico convocado por la Secretaría de Cultura a propósito del festival “Xantolo en tu ciudad”. Agradezco la invitación de Octavio Mendoza y Carlos Reyes. Allí hablé sobre las representaciones de la vida y la muerte en el mundo antiguo. Trascribo aquí algunas de las ideas manifestadas en el foro, referidas principalmente a la ciudad huasteca de Tamtoc y su maravilloso Monolito 32, también llamado “La sacerdotisa”.
Tamtoc, en el hoy municipio de Tamuín, es actualmente un museo de sitio resguardado por el INAH. Diversas investigaciones arqueológicas han datado sus orígenes hacia el año 150 de nuestra era y su esplendor hacia 1525.
En Tamtoc hubo una “economía diversificada”, gracias a su cercanía con el río Tampaón y fue “sin lugar a dudas, el centro monumental más importante del noreste de México” (Dávila y Zaragoza, citados por el INAH). En el “complejo sistema de canales” que construyeron sus moradores se han encontrado dos creaciones fascinantes: la Mujer Escarificada, también llamada la Venus Huasteca o de Tamtoc, y el Monolito 32.
El monolito 32 mide 4 metros de alto por 7 de largo y pesa unas 30 toneladas. Fragmentado en tres, yació bajo el agua casi 2 mil años hasta 2005, cuando fue descubierto y colocado en su lugar original por el arqueólogo Guillermo Ahuja y su equipo. Se le considera la estela más grande de México y (porque aquí me extendería mucho) encontrarán la imagen y algunos detalles más hoy en mi blog.
Los 12 glifos o inscripciones en la parte superior de este que podríamos considerar “proto-altar de muertos” no han sido descifrados. “Si los proto-huastecos se separaron del resto de los mayas en 2200 o en el 1200 antes de cristo, la separación se produjo al menos un milenio antes de la aparición de la cultura maya clásica”, dice Luis Portillo en Historia Cultural.
Según el arqueoastrónomo Jesús Galindo el monolito huasteco es una piedra solar, pues en su lugar original el sol le da de frente durante la primavera y el verano. Digamos que a la dualidad: vida y muerte, día y noche, sequía y prosperidad. Esta dualidad también está en la Apoteosis, la escultura descubierta en San Vicente Tancuayalab y que esperemos recupere el gobierno un año de estos, pues está en un museo extranjero.
Lo leí después de la ponencia, pero en una entrevista el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, flamante ganador del Premio Princesa de Asturias, dice que en las culturas prehispánicas “existía un concepto muy interesante sobre la dualidad de la vida y la muerte, vinculada con ‘controlar’ la agricultura”. Dicha dualidad “bien entendida” es “una llave para poder entrar, en cierta manera, en el pensamiento antiguo”.
Por cierto, los invito a visitar mi blog https://muerteenlaliteraturapotosina.blogspot.com/, que estaré actualizando del 31 de octubre al 2 de noviembre.
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Posdata: a propósito de requiems, nos vemos mañana en el concierto de Lacrimosa. La crónica, la siguiente semana.