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Simetrías

Por Alfredo Oria

Marzo 17, 2023 03:00 a.m.

A

El péndulo doble es un artilugio compuesto por dos péndulos, el segundo de ellos colgando de la masa situada en el extremo del primero. Podemos visualizarlo también como un sistema de eslabones con ambos tramos unidos por una rótula, como en un brazo articulado, mecano que girase con la libertad de dos manijas mecánicas —como las de la ventanilla de un auto— unidas por un rodamiento.

Si bien la traslación del oscilante simboliza el orden, la medida, la precisión; la del doble péndulo representa al caos, porque, al contrario del primero, una vez dado el impulso, su movimiento no es predecible ni regular. El arte es la manera por la cual los humanos intentamos ordenar y comprender el mundo, a nosotros mismos: de una forma u otra la simetría es un valor estético esencial —aunque sea por evidente ausencia—, por lo tanto, el equilibrio también lo es.

No hay arte sin un sentido de equilibrio en su dimensión más amplia, no sólo en la tradición occidental canónica, no sólo en el clasicismo, que también en el barroco y en el romanticismo hay equilibrios, también en los movimientos al extremo de ese otro péndulo que se desplaza de un espítitu apolíneo a uno dionisiaco, también en la contracultura, en otras tradiciones culturales, en fin, en todo cuanto se considera arte por la humanidad.

Para muchas personas resulta insoportable observar un doble péndulo en su demencial movimiento, así como para la mayoría es placetero ver cómo las elegantes oscilaciones de uno simple van trazando sus mandalas de arena en un ruedo. Parece que estamos hechos por simetría —incluso el corazón y el hígado se miran en el espejo—  y para la simetría, pues la admiramos en el univero y aspiramos a alcanzarla en nuestra existencia, más cuando nuestro tiempo se llama desequilibrio: emocional, espiritual, moral, ecológico, social, económico, político, estético, etc.

“En el principio fue el caos. Pero cuando ese caos se convirtió en cosmos, el hombre trató de explicarlo mediante el logos, mediante el mito”. Nada representa mejor este curso que la corrida de toros: el astado sale al albero rayendo el caos, arremetiendo de un lado a otro según su instinto, hasta que el capote pendular del artista lo hace dibujar curvas de Lissajous a su alrededor. Todo en el toreo es simetría, balance. Incluso la valentía.

Otro símbolo de ese equilibrio es el vino. O debería de serlo. Del desorden de la vid silvestre surge el viñedo ordenado, cuando el viticultor ha entendido que debe imitar en lo horizontal su ciclo inherente, que es pura simetría, para que la planta consiga dar su mejor fruto. Dioniso es un dios doble, como el péndulo: representa tanto a los ciclos agrícolas como al éxtasis, que es la versión menos punk del caos. Y el vino, como el arte, debe estar regido por ese valor de la armonía, que es simetría, que es equilibrio. Verbigracia: pocas cosas peores que un vino plano, sin acidez, por más frutalidad, cuerpo e intensidad aromática tenga.

La más elocuente representación de esa imperiosa necesidad que tiene el hombre de ser simétrico y estar rodeado de armonía es el equilibrio que existe en el mito de Dioniso, que se convierte en el Baco latino: equilibrio hacia dentro, entre la circularidad del orden vegetativo y la fuerza creadora desbocada, y hacia afuera, ante la mesura y la razón de Apolo. Al final, equilibrio entre equilibrio —que supone inmovilidad entre dos fuerzas de la misma intensidad— y movimiento. 

Quizás allí están el arte, la vida y la naturaleza: en ese moverse (pues la inmovilidad es la rigidez y la muerte) sin moverse, en moverse como los astros, balanceando las fuerzas, los elementos, abrazando a la gravedad, como en una sinfonía, como en una serie de verónicas o en una copa de vino elegante e intenso.

@aloria23

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