Simulación

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“Existe una simulación de la inteligencia, como hay una simulación de la virtud” Remy de Gourmont

México hoy como nunca enfrenta, nuevamente, una crisis económica, social y política. Estamos ante una coyuntura histórica muy importante en la que, a todas estas crisis, se añade la sanitaria, derivada del ya tristemente célebre COVID-19.

Vivimos en una la complejidad de tal magnitud en la cual es difícil encontrar respuestas porque vivimos en un entorno donde aparentemente “todo está bien”.

Porque en México, tanto en el ámbito público, como privado, en nuestra esfera personal, familiar, laboral y como sociedad, se ha logrado perfeccionar la simulación, donde todo parece estar bien, aunque poco funcione, o realidad sea bastante diferente a la que aspiramos o deseamos.

Hay que recurrir al latín para encontrar el origen etimológico del término simulación, que emana de la unión de dos componentes léxicos latinos: la palabra “similis”, que puede traducirse como “parecido”, y el sufijo “-ion”, que es equivalente a “acción y efecto”. Por tanto, podemos entender que simulación es la acción de simular. Este verbo refiere a representar algo, imitando o fingiendo lo que no es.

Ejemplos tenemos miles de simulación y/o el arte de simular, los tenemos a diario. Si somos honestos con nosotros mismos, podemos comenzar desde el ámbito, personal, para seguir con el familiar, social, laboral, económico, político, etc.

Valga un par de ejemplos para comprender a que me refiero: “El árbitro consideró que el delantero simuló una falsa caída y por eso decidió amonestarlo”. O este del ámbito laboral: “El jefe aplicó a sus subordinados una evaluación de aptitudes para analizar si están capacitados en las actividades que desempeñan, pero algunos se pusieron de acuerdo para compartir sus respuestas y así pasar satisfactoriamente la prueba”.

Somos un país en crisis permanente desde hace más de 40 años. Y no, no estoy intentando armar un discurso como el que recurrentemente escuchamos de “ya saben quién”. Es una realidad que se puede demostrar con datos estadísticos y económicos que, desde hace varias décadas, nos golpea todos los días.

Por tamaño de nuestra economía, estamos entre las 15 más grandes del mundo; somos potencia turística, y en fabricación y exportación de automóviles, por solo mencionar dos ejemplos.

El problema es que esta faceta de “país atractivo, desarrollado y conectado con el mundo”; se estrella con una dimensión diametralmente opuesta. Otros dos ejemplos: según las estadísticas, uno de cada 2 mexicanos no tiene un ingreso mínimo para cubrir sus necesidades básicas; y uno de cada 5, hoy no tiene que comer.

Somos potencia turística. Nos visitan millones de turistas al año. México es una “marca” reconocida en prácticamente todo el mundo y casi todo el mundo nos relaciona con mariachi, tequila, fiesta, playa y sol. Pero cuantos de nuestros compatriotas pueden acceder a realmente disfrutar o “gozar” de estos “placeres de la vida”, ya no digamos, en el extranjero, sino en nuestro propio país.

De poco sirve que en México estén instaladas las principales armadoras de marcas automotrices globales, y que seamos uno de los principales exportadores de autos en el mundo, si una parte importante de la población, no puede acceder a comprarse un auto nuevo “de agencia” (diría mi abuelito), y se tiene que “conformar” con adquirir uno “chocolate”, o ilegal, porque es para “lo que le alcanza”, beneficiando con ello a grandes redes de importadores de este tipo de autos que en sus países de origen (principalmente Estados Unidos) son considerados como desecho por haber cumplido su vida útil.

Somos un país pobre, pero también desigual. Informes tanto nacionales como internacionales (Oxfam, 2015) indica que el 1 por ciento de la población, concentra aproximadamente el 40 por ciento de la riqueza nacional. Este dato solo nos permite que tengamos una mínima idea y dimensión de la gravedad del problema. Este es el principal: gran fracaso de las estrategias implementadas por distintas administraciones públicas para “revertir” esta situación.

Otros dos ejemplos para tener una mejor dimensión sobre este punto: El PIB per cápita en 2014 fue alrededor de un 9 por ciento menor al que se tenía en 1992 (un dato de hace ¡6 años!, así que ni hablemos de que sucederá después del COVID-19); y el porcentaje de mexicanos en condición de pobreza es exactamente continúa siendo el mismo que hace casi 50 años.

Ni las políticas sociales, ni las económicas, ni los acuerdos comerciales en su conjunto, han repercutido o tenido un efecto significativo en la redistribución de la riqueza en el país. Sin embargo, a los ojos de las élites nacionales e internacionales, hoy somos un mejor país y más “justo, equitativo, solidario e igualitario”.

Sin hablar o tocar las vertientes política ni social -laborales, salud, derechos humanos, seguridad, etc.-, hagámonos estas dos preguntas: ¿realmente considero que hoy vivo mejor que hace 5, 10, 15, o 20 años?, y ¿mi generación realmente tiene una mejor calidad de vida que la de mis padres o mis abuelos?

Valores que no se inculcan, conocimientos que no se imparten y/o estudiantes y/o maestros que no se comprometen; mejores condiciones laborales que se prometen y no llegan o se incumplen; acceso a la salud que se presume y del que se carece; victorias deportivas que se prometen y “nomás” no llegan; infraestructura de calidad para tener acceso a servicios básicos (ya no digamos su mantenimiento o mejora), que se cubre de manera deficiente; igualdad y equidad de acceso en igualdad de condiciones a grupos minoritarios (niños, jóvenes, mujeres, pueblos originarios, adultos mayores) que no se dan de manera cotidiana o existen de manera bastante precaria; políticos y partidos políticos que prometen en campaña o plataforma política e incumplen al llegar al ejercicio del poder y/o de la función pública.

El corolario de todas estas crisis que se acumulan es que la falta de resultados reales para la sociedad, el desfile de escándalos de corrupción permanente, y la pobre percepción de mejoría en la vida pública del país, ha derivado en un desencanto con la clase política y la democracia como nunca se había visto. Somos una sociedad dividida y polarizada como nunca en nuestra historia contemporánea.

La Madre de todas las crisis: el simulacro. ¿Cómo entender que nuestro país no viva un conflicto o un proceso de emergencia de nuevos actores? Existen las condiciones ideales para un conflicto político, pero no hay actores que lo encabecen ni un proyecto que permita darle cauce al malestar.

En realidad, estamos en un estado de ánimo desarticulado. Hay un enojo que no tiene forma, intención, ni liderazgo. En resumen, no sabemos que hacer, ni hacia donde queremos ir. La oposición no es oposición, carecemos de liderazgos emergentes que sepan articular una agenda común, no hay salida y, por tanto, no hay conflicto.

¿Es esto o no, una simulación?

jmanuelrmoreno@gmail.com