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Sin ruido

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Abril 22, 2021 03:00 a.m.

A

No mire ahora, pero solo faltan 46 días para la jornada electoral. Las campañas proselitistas para la gubernatura ya se encuentran a mitad de camino y las de diputaciones y ayuntamientos han comenzado en todo el estado. Es notorio y evidente que la atención se centra en las candidaturas: quiénes son y qué es lo que dicen -cada quien se hace famoso como puede, advierte un querido amigo mío-.  Como lo he sostenido en entregas anteriores, en estos momentos en donde partidos, candidatas(os) tocan la puerta, conviene a todos incrementar el valor de nuestra confianza. 

Pero el proceso electoral no solo se trata de campañas, sino además del trabajo de miles de personas -como Usted o como yo- que sin militar en partido político alguno, invierten su energía, disposición y tiempo en un bien colectivo de interés superior: celebrar elecciones confiables y en paz.

Recordará Usted que desde hace algunas décadas, el diseño del sistema electoral mexicano ha colocado en el centro o núcleo de legitimidad al protagonismo de la ciudadanía. En las mesas de casilla, en los equipos de capacitación, en la conformación de las autoridades electorales. Atentan contra la propia ciudadanía quienes construyen las narrativas del fraude electoral, las de las elecciones de estado, la de los dados cargados. Frente a esos recursos discursivos siempre prevalece la realidad fáctica. Miles de personas pueden dar fiel testimonio de ello.

También existen quienes pretenden centrar la atención en un falso conflicto: la disputa entre el árbitro y alguno de los jugadores. Las controversias en la discusión pública sobre las determinaciones que han realizado las autoridades administrativas -El INE, o el CEEPAC- y jurisdiccionales -los tribunales electorales- sobre las candidaturas en el país y nuestro estado,  forman parte del entramado de procedimientos que buscan la legalidad de los actos. Quien tiene las calidades legales para ser candidata(o), que lo sea; de lo contrario no podrá serlo. Y es importante señalar esto ya que el propio calendario electoral presentará ciertas evoluciones sobre los asuntos que las autoridades tienen que resolver: iniciadas las campañas, abundarán las denuncias en contra de personas candidatas que no sigan las reglas del juego. Luego habrá quienes busquen combatir a lo que ocurra en la jornada electoral, sea por razones legítimas -identificación de conductas violatorias de la ley- o como meras estrategias políticas. Lo que hemos visto en otras ocasiones es que quienes suelen recibir sanciones por el árbitro, de inmediato intentan deslegitimarlo. Galeano lo tenía clarísimo -hablando de futbol-: “Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuánto más lo odian, más lo necesitan”.

En una entrega posterior le hablaré de los peligros de los malos perdedores. Aquellos que optan por no reconocer la derrota, sin asumir los costos que esta conducta conlleva. Lo que quiero destacar ahora es que la labor de organización de un proceso electoral no necesariamente debe ser llamativa o espectacular: su propósito es que funcione, no que haga ruido o que llame la atención.

Detrás de la realización de una jornada exitosa se encuentra el enorme trabajo de miles de personas que, paradójicamente, luce mejor cuando menos se nota. Pero no es mínimo. No es minoritario. Solo es discreto. Así debería serlo.

Tenía razón Facundo Cabral en aquel célebre texto -uno de mis favoritos-: “el bien es mayoría pero no se nota, porque es silencioso; una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que le destruyan hay millones de caricias que alimentan la vida”.

Twitter. @marcoivanvargas