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Tareas pendientes

Por Alfonso Lastras Martínez

Julio 10, 2022 03:00 a.m.

A

Como es sabido, durante su viaje de cinco años alrededor del mundo en el bergantín HMS Beagle, Charles Darwin llevó a cabo una serie de observaciones de la fauna y la flora de los lugares visitados, las cuales le sirvieron de base para escribir y publicar en 1859 el Origen de la Especies, una obra controversial y muy influyente. El viaje se inició en Plymouth, Inglaterra, en diciembre de 1831, tocando varios puntos de Sudamérica, penetrando tanto desde la costa este como desde el litoral oeste, después de cruzar por el estrecho de Magallanes.  En particular, en las islas Galápagos de Ecuador, Darwin observó pinzones, claramente emparentados con pinzones de continente americano, con picos de diferentes formas que se adaptaron mediante mutaciones al tipo específico de alimento que consumían. 

Para explicar el mecanismo de adaptación de una especie al medio ambiente en el que habita, Darwin ideó la teoría de la selección natural. Según esta teoría, un organismo al reproducirse hereda sus rasgos a sus descendientes. Para que esto suceda, sin embargo, debe sobrevivir hasta la edad reproductiva, lo cual es contingente a lo bien o mal adaptado que esté al medio en el que vive, dado que los recursos naturales disponibles son limitados. Si tiene una buena adaptación logrará reproducirse y perpetuar sus rasgos; de otro modo, dichos rasgos se perderán. 

De este modo, con el transcurrir de las generaciones los rasgos de los individuos mejor adaptados prevalecerán en detrimento de aquellos con menor adaptación.  Así, sí la fuente de comida para los pinzones de las islas Galápagos fueran semillas duras, la selección natural desarrollará individuos con picos cortos y fuertes, en perjuicio de pinzones con picos largos y delgados, más adecuados, quizá, para una alimentación a base de insectos.  

En estas condiciones, la selección natural suprime mutaciones peligrosas para la supervivencia y desarrolla individuos con rasgos adaptados a su medio ambiente que les permiten llegar a la edad reproductiva. En contraste, para la selección natural no sería relevante la suerte que dichos individuos pudieran sufrir una vez que sobrepasen esta edad. Así, pudiéramos esperar que el fin de la vida de un individuo coincida con el fin de la edad reproductiva, a partir de la cual sería víctima de mutaciones peligrosas para las cuales no tuvo defensa.

Con relación a nuestra propia especie, a bote pronto esto último no deja de ser deprimente; es decir, desde el punto de vista de la evolución de nuestra especie, más allá de la edad reproductiva no tendríamos más tareas que realizar en este mundo. Pensándolo dos veces, sin embargo, notamos que, en contraste con otras especies -incluso con los chimpancés, la más cercana a nosotros- la vida de las mujeres se extiende mucho más allá de su edad reproductiva. Y dado que esto no es solamente por los avances médicos que la han extendido de manera considerable, cabe preguntarse por qué vivimos tanto tiempo “extra” sin una ventaja evolutiva aparente. Encontramos una respuesta en un artículo aparecido esta semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” de los Estados Unidos, publicado por Raziel Davison y Michael Gruven de la Universidad de California en Santa Barbara. 

En dicho artículo, Davison y Gruven consideran la influencia intergeneracional que tienen los abuelos sobre la reproducción de las hijas y por consiguiente sobre la transferencia de sus propios rasgos a los nietos. Consideraron los investigadores sociedades de cazadores recolectores en las cuales los adultos mayores contribuyen a la generación de recursos para el sostenimiento y cuidado de los infantes, y de esta manera aligeran la carga que estos representan para los padres, que así pueden producir algunos hijos más. En este sentido, hay que considerar que, en los humanos, los hijos son dependientes por un periodo inusualmente largo antes de que empiecen a generar sus propios recursos.

Concluyen Davison y Gruven, por otro lado, que los adultos mayores a partir de una edad de aproximadamente 70 años disminuyen su productividad y consumen más recursos que los que generan. Aun en esta situación, sin embargo, los adultos mayores pueden ejercer una fuerza evolutiva intergeneracional, pedagógica o de transferencia de información, enseñando a los nietos habilidades para que alcancen una mayor productividad.   De acuerdo con Davison y Gruven, los abuelos y adultos mayores tienen una influencia en la evolución y adaptación de nuestra especie al medio ambiente, no directa, como es el caso de los padres, pero sí indirecta a través de la transferencia intergeneracional de recursos y conocimientos. Y como tal, cumplen con una tarea en el mundo. Aun después de la edad reproductiva.