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Temporada de debates

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Mayo 09, 2021 03:00 a.m.

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Es temporada de debates. Estos espacios han ganado una importancia notoria en los procesos electorales ya que es indiscutible el impacto que implica apreciar a una persona candidata presentando y defendiendo sus ideas frente a sus contendientes. 

Los debates políticos han existido desde que las personas nos hemos dedicado a hacer política. Pero la historia de los debates entre personas que contienden para un puesto de elección popular es un poco más reciente. En Estados Unidos, por ejemplo, existe una tradición de debates de más de 150 años. En 1858 Abraham Lincoln y Stephen Douglas celebraron siete debates para tratar de obtener un escaño en el Senado representando al estado de Illinois –En ese tiempo, los senadores eran designados por acuerdo de las asambleas legislativas estatales, lo que equivale a nuestros congresos locales-, en un formato que dista muchísimo de lo que conocemos en la actualidad. La duración total era de tres horas, donde un candidato tenía una primera intervención de una hora, seguida de una réplica de una hora y media por parte del contrario, para terminar con una contrarréplica de media hora, por parte del primer candidato. Un horror.

Sin embargo, los debates Lincoln-Douglas plantearon un antecedente relevante que hoy ya es una constante: los candidatos decidieron contrastar sus planteamientos en un ejercicio público y difundido por la prensa escrita de ese tiempo. Pensemos en la esencia: el razonamiento que se encuentra detrás del voto puede estar influido –o incluso determinado, que no es lo mismo- por la manera que una persona candidata se desempeña en un ambiente de contraste. Es dialéctica de Heráclito, o de Kant. Nada nuevo, pero sí fundamental.

Los antecedentes de los debates en México Usted ya los conoce y los recuerda. En 1994 debatieron los candidatos para la presidencia de la República, Ernesto Zedillo (PRI), Diego Fernández de Cevallos (PAN) y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (PRD). Ese debate fue organizado por la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión en un ejercicio que también se añeja de forma interesante. Luego viene una reforma electoral que vincula a la autoridad para que pueda organizar debates entre contendientes. Recordará Usted también la celebración de dos debates que hoy son impensables. Uno para los candidatos que encabezaban las encuestas: Vicente Fox, Ignacio Labastida y Cuauhtémoc Cárdenas; y otro por separado con candidatos con preferencias minoritarias: Porfirio Muñoz Ledo, Gilberto Rincón Gallardo y Manuel Camacho Solís. 

Cuando los debates dejaron de ser un acto de mera escucha de ideas y evolucionaron hacia la apreciación de ideas en un contexto de imagen, igualmente evolucionó el enfoque y estrategia de las personas que debaten. Cuidar la imagen además de lo que se dice en realidad se lo deben a Richard Nixon, que en 1960 participó en el primer debate presidencial transmitido por televisión en Estados Unidos. John Fitzgerald Kennedy se mostró seguro, tranquilo, pulcro y acicalado. No así Nixon quien fue criticado por su lenguaje corporal, por el color, el corte de su traje y hasta porque aparentó no haberse afeitado ese día. Las formas.

Acudimos a un momento donde la convergencia y diversidad de medios por los que las personas acceden y consumen información coloca una cancha distinta para un deporte antiguo. Las reglas también están cambiando. Hoy se buscan formatos que dejen atrás las simulaciones y los antidebates: no es admisible que un debate se convierta en un intercambio de monólogos. Que las personas candidatas se ignoren unas a otras –como ocurrió en un debate entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, en 2012-. Se trata de que el espacio resulte en algo interesante, relevante y auténtico para la ciudadanía y no necesariamente en una zona de confort para una persona candidata. Debatir no es leer tarjetas, sino confrontar ideas.

Soy respetuoso de los comportamientos informales que forman costumbres peculiares. Terminado un debate, llegarán las autoproclamaciones de quien afirma haber vencido. Llegarán las encuestas o los números disfrazados de ellas en donde se sustentan o refutan tales afirmaciones. Frente a la ciudadanía, respetuosamente sostengo que eso no importa mucho. Se trata de observar lo que las personas candidatas dicen, de entender si lo que presentan y cómo se presentan, se conecta con los problemas, necesidades, demandas y expectativas de quienes esperamos entender a las personas candidatas, y no a las imágenes que se construyen de ellas. Así funciona la expresión por la preferencia en una persona candidata: por las razones correctas y definitivas. No puede ser de otra forma.

Que los debates sean ventanas o puertas de percepción –recordé a Aldous Huxley o Jim Morrison- que nos permitan apreciar, entender y valorar para decidir. Que en todo momento se trate de ello.

Twitter. @marcoivanvargas