Un grano de arena

La nostalgia es ese barco que, en ocasiones, navega los mares de nuestros pensamientos, llevándonos a puertos que creíamos olvidados, pero que tan solo están cubiertos por la bruma de lo cotidiano.

Con la propuesta de la asociación Cambio de Ruta, que encabeza, Luis González Lozano, en el sentido de convertir en Área Natural Protegida el Parque Juan H. Sánchez, mi barco ha largado amarras y me ha llevado a aquellos años de infancia, los setentas, que en ese Parque construyeron tantos recuerdos.

El Parque de Morales, conocido así por todos, hoy Juan H. Sánchez, fue, es y será para mí siempre, con perdón del prócer, el Parque de Morales, con la mayúscula que merecen las vivencias importantes y los grandes personajes, pues ese lugar, sin duda, es eso, un personaje de nuestra ciudad.

La memoria me trae aquel Parque dividido en dos por un carril de circulación de vehículos de doble sentido, hoy convertido en andador peatonal, pero, que entonces, marcaba la frontera de dos vivencias distintas.

Entrando por la avenida Venustiano Carranza, del lado derecho, teníamos, y tenemos aun hoy, esos juegos vetustos, añosos pero que, todavía, reciben la visita de niños que, como nosotros, los recorríamos todos, sin que faltara alguno; juegos de metal, de ese metal que se oxida, que es duro y que duele cuando pega, de ese metal que las delicadezas de la vida moderna han alejado del conocimiento de nuestros hijos pero que ha demostrado su inocuidad, pues aquí seguimos quienes usábamos columpios y resbaladillas (hoy, pomposamente, toboganes), sin que la vida nos fuera en ellos.

A un lado de los juegos, un lago, pequeño y no siempre limpio, que hoy, como ayer, alberga algunos patos, héroes de la supervivencia; lago que, en la niñez, representaba la gran aventura dominical a bordo de una lancha de remos, en la que algunos probamos nuestras capacidades, aprendiendo a remar por aquellas aguas, inmensas a nuestro ver.

A la izquierda de la vialidad central (lado poniente del Parque, dirán los conocedores), alguna vez lleno de árboles y hoy herido y con grandes claros por una plaga mal cuidada, hubo, en el paso del tiempo, muchas atracciones para competir fraternalmente con el lado oriente.

Había una fuente, grande, con chorros y caídas de agua que, de pronto y ante la decisión de alguno que tal vez prefería quedarse en casa los domingos, mando quitar. Hubo también paseos en caballo, llevados de las riendas por un guía, que nos llevaba por entre troncos y copas de árboles generosos que nos daban su sombra y albergaban aves que cantaban todo el día, al igual que eran casa (aun hoy, de los que quedan) de enormes aves negras (zopilotes) que, en la mañana y en la tarde, al caer el sol, sobrevolaban en círculos el Parque, llamando la atención de todos.

Llegaron a circular, en los caminos trazados en esa sección, dos trenes o, mejor dicho, dos locomotoras simuladas, una negra y una roja, tirando de dos vagones que transportaban cada uno no más de cinco o seis caras sonrientes de niños y adultos que, así, pasaban el domingo en familia. También, algunos recordarán, que llegaron a existir algunas pequeñas calesas para dos personas, tiradas por barbudos chivos y ponis, que, a la par de caballos y trenes, servían para tener un rato de paseo y olvidar que, al día siguiente, el despertador nos alzaría de la cama para ir a la escuela.

Hoy la nostalgia me llevó a compartir con ustedes esta apretadísima síntesis de recuerdos; no quiero que, en el futuro, la misma nostalgia me lleve a contar que alguna vez existió ese Parque pero que ya no más.

Yo no sé a cuantos importe salvar el Parque de Morales y devolverle ese agradecimiento que le debemos. A mí, sí.

Vaya pues este pequeño grano de arena.

@jchessal