Un pueblo entre líneas
Decir “nuestro pueblo” o nuestra tierra para mí, es igual a decir nuestro país o nuestra gente. Pero también es ese fragmento de territorio en el que vivimos o nacemos. Lo tenemos descrito en los libros, los documentos, las leyes y la literatura en todas sus formas: hasta en poemas y no se diga en canciones.
Algunos lo leemos entre líneas tratando de descifrar quiénes los conforman: si lo de arriba, los de abajo, los del centro, que igual entendemos como los del norte, los de sur, los del medio. Porque hoy, no hay tanta claridad.
En ocasiones al referirnos a él no atinamos a saber bien a bien: que si la tierra es de quien la trabaja, o que si la soberanía nacional, es lo que nos define o nos une o que si los que menos tienen son los que van mano; ´ta bien.
Se disuelve su fórmula cuando intentamos definirlo; pareciera como que la diversidad se ha ido esfumando y para algunos no está bien vista.
Mi pueblo era esta ciudad, con sus camiones, sus avenidas y unas calles tan empedradas que me hacían sentir dentro de una leyenda, que para entonces imaginaba, pero no conocía.
Mi pueblo tenía dos o tres mercados con sus marchantas y las bolsas de yute, sin lemas ni promesas. Llenas de piñas, papayas, naranjas y lo que hubiera. Solo existía la fruta y verdura de temporada. No conocíamos los invernaderos en donde no hay ni heladas ni sequías: Todos bienvenidos. Mi mamá iba los martes, y si no había escuela íbamos con ella.
Mi pueblo tenía dos o tres periódicos locales en donde como siempre, las noticias eran las mismas que ahora...no había más datos.
Yo era parte de ese pueblo o al menos nunca pensé no serlo: había nacido aquí, en este suelo seco y lleno de vientos en febrero, lluvia en mayo y mucho frío en los últimos meses del año. Hoy, las estaciones se confunden y han dejado de traer la lluvia cuando hace falta.
Mi pueblo y mi país era la gente de la cuadra, pero también los del colegio, los que uno encontraba en la calle y cualquier persona aún sin conocerla. Los primos de la Ciudad de México también. Todos éramos México y también éramos el mundo: todo el mundo solíamos imaginar cabía en esas líneas. Palabras que con sencillez permitían que perteneciéramos a una sola clase. Yo daba por hecho que la clase era el ser humano.
Hoy, lo que creía mi pueblo se desdibuja, se sale de entre líneas y se fuga de libreta, de hoja, de página, de libro, de concepto y de sentido de pertenencia. No sé si a mi nada más o si a algunos otros también les pasa. Y mejor cierro esta página para que deje de escapárseme. Porque necesito sentir que también yo, estoy en esas líneas.