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Una breve reflexión sobre un texto de Saramago

Por Jorge Chessal Palau

Mayo 30, 2022 03:00 a.m.

Un texto breve, producto de la genialidad del premio Nobel de literatura 1998 José Saramago, es El Cuento de la Isla desconocida, texto que mucho enseña y que nos debe llamar a la necesaria reflexión:

Un día un hombre se presentó en el palacio del rey, que tenía dos puertas: una en la cual el monarca personalmente recibía los obsequios que le llevaban y la otra atendida a quienes le iban a pedir cosas, que generalmente era empleo, dinero o títulos nobiliarios. En la puerta de peticiones atendía más bien poco y solo cuando era mucha la insistencia, mandaba a su primer secretario a enterarse de lo que ocurría. 

Nos lo describe el autor: “Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado”.

Un día llega un individuo con una petición inusual: quería hablar con el rey. Por supuesto que la cadena burocrática que hemos mencionado, incluyendo a la mujer de la limpieza, le contestaron con una negativa. Sin embargo, aquel hombre se decidió a no abandonar la puerta hasta ser atendido por el rey.

Como en esas puertas solo podía atenderse a una sola persona a la vez, se empezaron a  acumular personas que querían ir a formular peticiones, pero no podían pasar hasta que el testarudo visitante obtuviera su respuesta.

Como aquello comenzó a llamar la atención y se reunían cada vez más curiosos para ver qué pasaba, el rey, que como todo gobernante solo atiende a su pueblo cuando no le queda más remedio, accedió a dialogar con aquel hombre.

Luego de un interesante intercambio de expresiones, queda puesta sobre la mesa la petición: quería un barco, para cruzar los mares en busca de la isla desconocida, esa que no aparece en los mapas.

No pretendo agotar aquí todo el cuento en detalle, así que nos basta saber que el rey accedió, con tal de quitarse de encima la presión popular y le entregó el barco, pero sin marineros. Corrió a cargo del aventurero conseguir marineros que le ayudaran en el viaje, al cual se sumó la mujer se la limpieza, eslabón inicial de la cadena de comunicación con el gobernante.

Luego de algún tiempo, con las bodegas llenas de granos de diversas especies y algunos animales para la comida y la eventual ocupación de la isla desconocida, si la encontraban, la tripulación decidió abandonar al soñador timonel y bajaron del barco, rompiendo los sacos de semillas y llevándose al ganado.

Los granos regados sobre cubierta y la humedad hicieron lo suyo y comenzaron a germinar. Dejo el texto con el que termina el relato: “Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y vaya encaminando la carabela a su destino. Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse cómo, comenzaron a cantar pájaros, estarían escondidos por ahí y pronto decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y es la hora de la siega. Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había segado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma”.

¿Cuántas veces buscamos a la distancia aquello que ya tenemos, pero que no reparamos en ello? Antes de emprender el camino en pos de una meta, habrá que voltear a todos lados para ver si no hemos llegado ya, antes del primer paso.

@jchessal