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Una rara virtud

Por Marco Iván Vargas Cuéllar

Mayo 13, 2021 03:00 a.m.

A

Faltan 23 días para la jornada electoral del 6 de junio. En veinte días habrán terminado las campañas proselitistas que entran en su etapa final: Ya no se trata del posicionamiento de las personas candidatas frente al electorado, sino que la forma, mensajes y contenidos se orientan a la diferenciación -qué es lo que hace diferente y mejor a una persona candidata sobre otra- y a la persuasión. Los estrategas electorales intentan medir las preferencias y las zonas consolidadas de apoyo -eso a lo que llaman voto duro- mientras se preguntan cuáles pueden ser las mejores alternativas para convencer a los indecisos. Son muchos juegos en uno solo. Todos compiten para ganar, pero la meta no es la misma. Hay quienes aspiran a ganar una posición ejecutiva, hay quienes buscan formar mayorías, quienes aspiran a conseguir un puesto de representación proporcional. Hay quienes buscan conseguir un nivel de votación que permita la supervivencia. Hay quienes miran en su votación a un medio y no a un fin. Son las diez de la noche, la octava entrada, el minuto ochenta. 

Hace un par de semanas le adelantaba el tema de los malos perdedores. Tema que no resulta nuevo en la historia política de nuestro país; usted ya conoce esta historia porque la ha visto en todas partes. Discutir brevemente el asunto de los malos perdedores a estas alturas del partido es relevante porque permite advertir algunos comportamientos durante la jornada electoral que pueden desencadenar algunas consecuencias indeseables. Algo parecido a las profecías autocumplidas. Gran tema ahí también.

En todas partes se habla de las virtudes del demócrata. Una de ellas es el reconocimiento de la derrota, que no solo implica un gesto de civilidad sino que además representa una forma de legitimación de la competencia. El reconocimiento de la derrota permite que la ciudadanía pueda irse a dormir tranquila sabiendo que el resultado es justo, real, certero y transparente. ¿Ha escuchado estas palabras en boca de quien pierde una contienda electoral? ¿por qué no es frecuente esa virtud? ¿será que la apreciación de la integridad de un proceso depende de quién resulte ganador? ¿si el candidato gana la contienda es justa y si se pierde entonces está llena de irregularidades?

Recordé un relato de Robert McNamara -ya le he hablado de él en numerosas ocasiones- sobre Curtis LeMay, quien fungió como General de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos cuando McNamara fue Secretario de Defensa. Le cuento rápido: reflexionaba sobre la moralidad de las decisiones de guerra. Cito. <<LeMay dijo: “Si hubiéramos perdido la guerra, todos hubiéramos sido procesados como criminales de guerra”. Y creo que tiene razón. Él, y yo diría que yo, nos comportábamos como criminales de guerra. LeMay reconoció que lo que estaba haciendo se consideraría inmoral si su lado hubiera perdido. Pero, ¿qué hace que sea inmoral si pierdes y no inmoral si ganas?>>.

La legalidad y la legitimidad de un proceso electoral no es un asunto relativo. Una elección no es buena o justa, dependiendo de quién haya ganado. La aceptación de la derrota requiere, de origen, que los contendientes acepten jugar según las reglas del juego. Un juego que sigue necesitando de árbitros, administrativos y jurisdiccionales. Pero que también requiere, insisto, de una conducta virtuosa por parte de los contendientes: antes, durante y después del juego.

Lo que resulta abiertamente insostenible es la postura timorata de quien deliberadamente presenta una “verdad” deformada para cosechar determinados resultados políticos de ello. No entienden -o entendiendo no les parece importar- que estas posturas llegan a tener graves consecuencias en las personas. Y no parecen hacerse responsables por ello.

 Es de demócratas conducirse a la altura. Antes, durante y después del juego.

Twitter. @marcoivanvargas