logo pulso
PSL Logo

#Vuelo AA 1117

Por Martha Ocaña

Agosto 16, 2023 03:00 a.m.

A

Mi vuelo de conexión, el último tramo antes de llegar a casa no salió como estaba programado.

Aproximadamente a las 11 de la noche, dos horas después de abordar y después de constantes actualizaciones absurdas sobre la demora de nuestro vuelo, nos pidieron que descendiéramos del avión.

Nos habían dicho en principio que una falla detectada por el equipo de mantenimiento les exigía revisar y determinar su origen y luego que en eso seguían, luego que cambiarían algo, después que ya lo habían compuesto pero que debían esperar el visto bueno de un ingeniero que aún no estaba en la zona. Además, que los pilotos habían excedido sus horas permitidas pero que ya habían llegado otros. Eso sí, que la tripulación podía quedarse. 

Cuando al fin llegó el VB, era demasiado tarde para los nuevos pilotos pues también la demora excedía sus horas permitidas. Casi a las 12 de la noche nos dijeron que definitivamente no saldríamos pero que el vuelo no se consideraba “cancelado” sino solamente demorado que para efectos internos y de posibles reclamos, no era lo mismo. Por supuesto que esto último no lo mencionaron.

Durante las primeras horas de esa larga demora: nos dijeron que si queríamos bajar del avión podíamos hacerlo pero que, si uno se bajaba, los demás pasajeros tendrían que hacerlo. Nadie lo hizo ni tampoco a nadie se le ocurrió hacer un consenso: la mayoría llevábamos desde la madrugada en traslados por tierra y aire y teníamos horas acumuladas provocando que nuestro sentido común estuviera despierto.

A partir del aviso definitivo empezó la repartición de cupones de taxi, hotel de medio pelo y una comida de doce dólares a escoger (cena de ese día o desayuno antes de abordar), con la indicación de no usarlos ni en Starbucks ni en seven-eleven. Este último era el único abierto a esa hora.

Éramos un grupo diverso; todo tipo de individuos: madres jóvenes solo con sus hijos, personas con alguna condición de salud, familias con adolescentes, jóvenes profesionistas que volvían de vacaciones, ejecutivos extranjeros en priority, personas con rasgos asiáticos, “abuelas como lloviznando” y caso todos hablando en español.

La aerolínea #AmericanAirlines, tuvo a bien empezar a organizar el hospedaje y el traslado con dos jóvenes que hablaban español, seguro de origen latino. Y además abrir otra ventanilla como a dos cuadras de distancia para “facilitar y hacer el proceso más rápido”.  En esa otra ventanilla la fila era igual de grande y atendiendo (doce de la noche, aeropuerto vacío), el servicio era desagradable. Las encargadas se molestaban porque algunos pasajeros no hablaban inglés y el servicio al cliente no alcanzaba ni una estrella. Yo me volví a la ventanilla original que ya estaba por cerrar. Quedábamos pocos en el aeropuerto y todavía había que caminar, bajar, vuelta a la izquierda luego a la derecha y buscar los taxis. 

Me uní a Judith quien venía solo con sus hijos menores para evitar irme sola y se nos unió Ángeles quien pensaba dormitar en el aeropuerto pues solo nos quedaban unas cinco horas de sueño. La pudimos convencer de no quedarse ahí sola. 

Hay que decir que todas las maletas se quedaron en el avión, así que la mayoría no traíamos pijamas, cambio de ropa ni cepillo o pasta y ya no había manera de comprarlo en el aeropuerto puesto hasta el super prohibido había cerrado ¡ni modo!

La camioneta que nos llevó amontonadas estaba vieja y el chófer hacía como que no nos entendía nuestro inglés aprendido en diversas academias o en extranjero. Lo que quería era meter toda le gente que fuera posible para poder tener todos nuestros cupones, aunque fuéramos uno encima del otro ¡no, estaba de risa y de coraje! Pero llegamos al hotel con la promesa de que recogería solo a algunas, las que cabían civilizadamente en la camioneta, al día siguiente a las 7 am.

El recepcionista nos atendió eficazmente y organizó los taxis para cada uno de nosotros, nos dio la llave y la clave de internet. Del hotel imaginen algo de dos estrellas enfrente de six flags. Puse las alarmas, pero me adelanté a que sonaran para estar a tiempo y sin prisas. Bajé con mis valiosos cupones de taxi y al subirme, el chófer de la noche anterior se acercó reclamarme porque no me iba con él. Así las cosas, llegamos al aeropuerto sin contratiempo hasta volar a San Luis sin algún sobresalto.

La cereza del pastel la tuvo la guardia nacional, que con un protocolo muy a la mexicana prohibían el uso de celulares en ese espacio. Las maletas tardaron en llegar como suele ser y en el momento en el que aparecieron, el perro empezó a olfatearlas mientras un oficial “escogía” algunas maletas para ser revisadas. El asunto no era que revisaran sino las formas de dirigirse a la gente en general. En fin, salí y fue como si todo hubiera sido un mal rato, un gran mal rato.

Se los platico porque creo que el que viaja debe conocer mejor sus derechos que seguro vienen en la letra chiquita del boleto o de lo que mandan en internet cuando lo compras. Seguro que deben hacerse cargo no solo de medio alojarte y medio darte de comer. También mejorar su trato con los latinos. Pero, sobre todo mejorar sus aviones y en general todo el sistema de aviación pues es cierto que a todos nos ha pasado o tenemos a alguien que así le ha ido. 

Creo que tenemos derecho a una mejor información, mejor trato y mejores servicios.

Por lo pronto le copio a AA mi experiencia con la esperanza de que se pongan más listos pues hasta los mismos despachadores nos comentaron que es cosa de un día sí y otro también, eso sin hablar de la sobreventa. Y gracias a Judith, Ángeles, Rosa... con quienes pudimos hacer el momento más llevadero.

Si vas a salir en avión buen viaje y prepárate para lo que el aeropuerto te depare.