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Vueltas en triciclo

Por Yolanda Camacho Zapata

Enero 18, 2022 03:00 a.m.

Déjenme les cuento la historia de una de mis fotografías favoritas. Hace ya más de un lustro salía con una compañera de trabajo de Palacio de Gobierno de una de esas reuniones extrañísimas a las hace otra vida tuve que atender. La espera fue larga, por aquello de que los mero meros iban atrasados en sus agendas. Luego, la junta se prolongó y no se llegó a nada. Yo me moría de hambre. Por alguna extraña razón, ese día no había desayunado bien y estaba a dos rayas de la migraña y a tres pasos de la frustración absoluta.

Así, salimos de Palacio y justo en la plaza pasó en su triciclo un señor vendiendo tamales y atole. No había mucho que pensar, así que le encargué uno de rajas y un champurrado. Un tanto por metiche, un mucho por despejarme, comencé a platicar con el señor sobre la venta del día y si era o no difícil manejar el triciclo. En claro desafío, el vendedor me dijo: “-Pos a ver, ¡cálele!-“- Y le calé. Acomodé mi bolsa en la espalda, me trepé al triciclo, que estaba mas pesado de lo que esperaba, y le di una vuelta a la plaza.  O casi. Empecé en acera donde está la Posada del Virrey, seguí por Palacio Municipal, pasé por la Catedral, luego frente al Congreso y me regresé, porque había plantón frente a Palacio de Gobierno y no me iban a dejar pasar. Devolví el vehículo al dueño, que estaba muerto de la risa ante mi poca pericia para estacionarme y yo sentí que cualquier cosa con aire, ruedas  y tamales podría superarse. Entonces mi compañera tomó una foto en la que aparezco arriba del triciclo, riéndome como si el mundo fuese feliz conmigo.  Me gustó mucho y se me ocurrió subirla en redes. Antes era yo más joven e inexperta y solía subir mucho más cosas al mundo virtual. 

Pasaron un par de meses y me olvidé del incidente, hasta que un día, al llegar a recoger a mi hijo a la primaria, entró al carro con cara de extrañeza. Un niño mayor le había dicho, en tono de burla, que su mamá era una tamalera. Me preguntó que qué significaba eso, y le dije que se usaba para distinguir a las personas que vendían tamales. Entonces me preguntó que por qué se lo habían dicho como si fuera ofensa y en tono de burla, y le dije que era porque ese niño era muy joven y que todavía que no había aprendido  el valor de las personas; pero que a la buena o a la mala la vida le enseñaría… y que no, aquello no era ninguna ofensa. En ese momento no tuve para nada en la mente el incidente de la foto, hasta que mi hijo me dijo que el chico tenía en su celular una foto mía, en un triciclo y con una vaporera. Hasta entonces recordé la imagen. 

Ayer andaba dubitativa pensando que los caminos de la vida nos son lo que yo esperaba, y que eso no es necesariamente malo. Entonces, Facebook, que es el meritito diablo, me recordó esa publicación de hace años y pensé en todas las mujeres que he sido a lo largo de mi vida: desde la niñita que caminaba insegura, pero que pensaba que la orilla de su vestido la detendría y por eso daba pasos únicamente tomada de su propio vestido; hasta la que tiene ahora media vida vivida y ya no necesita el soporte de sus prendas para caminar. Repaso a las que he sido entre estos extremos y me doy cuenta de que en realidad he pasado casi todo el tiempo trepada en un triciclo, dando vueltas por la plaza. Muchas veces he manejado torpemente, otras como pez en el agua. A veces completando las vueltas, a veces a medias, pedaleando desde inicios extraños hacia destinos inciertos. Puedo ser y he sido, muchas a la vez. Estoy haciendo la paz con todas, porque, de inicio, me caen bien,  aunque huelga decir que a veces me he portado estupidísima.

Yo no se usted, lectora, lector querido, cuántas personas haya sido en su vida. Tal vez añore a alguna de esas personas que fue y que hace rato que perdió; o quizá todavía no se ha reconciliado con esa chica o chico que ya no es, pero que aparece de repente, sin ser llamado. Tal vez de cuando en cuándo se organice usted un cafecito con todas juntas y platiquen en franca armonía esas personas del pasado con esta del presente. 

Recuerdo el pesar que me causó saber que alguien se burló de mi niño por una acción enteramente ajena a él. Sin embargo, mi chico entendió que cada quien es responsable de su triciclo, y no de los ajenos, aunque sea el de su mamá. Por eso, no me arrepiento ni de esa vuelta, ni de otras rodadas, aunque en algunos casos hubiera sido bueno ser más diestra, más experimentada, como para saber los alcances que tendrían mis acciones sobre aquellos que quiero. Pero supongo que para aprender hay que caerse, y que siempre hasta el más avispado pierde el control y riega el tepache.

Los indicios indican que este 2022 estará también lleno de incertidumbres y cargado de vueltas locas en triciclo. Quizá sea momento de sacar a todas aquellas personas que hemos sido y pedirles que nos ayuden a pedalear, porque parece que las vamos a necesitar. Estaremos trepados en el triciclo, dando vueltas a la Plaza de Armas. Ahí nos estaremos saludando, intercambiando tamales y tomando atole mientras nos tomamos un descanso entre vuelta y vuelta. Seguro así la rodada se sentirá ligera.