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El funeral de Doña Chayo

Por PULSO

Noviembre 01, 2020 03:00 a.m.

Doña Chayo fue una de esas mujeres a las que el mal hablar le salía natural: sus “chin pa’ca” y “chin pa’lla” a nadie ofendían y había quienes se sentían si no le dedicaba una mala palabra. Es más, parecía que te distinguía de los demás si las usaba contigo.

Su estatura y su corpulencia no le impedían ser de las primeras en iniciar el baile y ambientar las fiestas, fueran un sábado en la casa de un hermano, de un sobrino o hasta de un desconocido y lo mismo organizaba un rosario que una posada.

Ella nunca se casó, pero en todos los sobrinos supo canalizar eso que la gente dice que es el amor maternal.

Desde la primera vez que la vi supe que era especial; para ella no había diferencias, a todo mundo le hablaba y con todos compartía, parecía que los eventos más importantes de la familia, no podían llevarse a cabo sin su presencia, sin sus chistes y sin sus risas. 

No me hubiera imaginado que ese cuerpo lleno de alegría no fuera del todo sano, aun así, el final de sus días no marcó ninguna diferencia del resto de su vida, como por ejemplo el día que se enojó con su hermana, porque mientras estaba dormida, aquella creyó que ya había dejado de respirar y lloraba a su lado: “¿Por qué lloras pendeja?, ¿no ves que estoy viva? Hazte pa’lla y ayúdame a preparar mi funeral”.

Para ese día ella pidió, que no hubiera lágrimas, que hubiera fiesta. “¡Quiero que me velen en mi casa! Que me saquen de ahí con mariachi y me acompañen hasta la iglesia ¡Quiero globos, muchos globos de colores!

Y así fue… El día que falleció, la velaron en su casa, los niños llegaban con globos, a alguien se le ocurrió dar velitas y luces de bengala como en las posadas y cada que un alma caritativa iniciaba un rosario, las prendían y rezaban con ellas, llegaron más invitados, el vino corría a raudales, muchos brindis a la salud de la muertita, alguien trajo mole para todos, la música se escuchaba al fondo, a veces suave, a veces fuerte, otras muchas acallada por las risas de alguien que contaba un chiste. 

Así, entre lágrimas, carcajadas y recuerdos termina la noche, llega la hora de la misa, todos se unen al cortejo, al igual que las cornetas, guitarrones y violines que elevan alegres notas.

Hubo muchos acomedidos que cargaron el féretro y así llegaron a la iglesia donde el padre la despidió de este mundo para que los ángeles le dieran la bienvenida.

Llegada la hora del sepelio, con los alcoholes al límite, las lágrimas derramadas ya no son solo por “La Chayo”, ya muchas son por puro gusto, o por ser pobre, o porque el marido la engaña.

Cuando la tierra cubre la caja, el hermano en su papel, quiso dar la despedida; con su paso tambaleante se abrió paso entre la gente, las palabras se escurrían y la boca se le torcía, más el discurso esperado jamás pudo ser pronunciado. 

Algunos dirían más tardeque al pobre de Don Carmelo la tristeza le ganó;alguien salió al quite y pudo darle el adiós. 

Muchas almas suspiraron y a su casa regresaron.

Entre lamentos equivocados, chistes picaros contados,mucho vino y malas copas, fue el entierro de La Chayo.