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Los matachines: fervor en movimiento

Por PULSO

Noviembre 03, 2021 03:00 a.m.

Al norte de la ciudad de San Luis Potosí, sobre la avenida Fray Diego de la Magdalena se suma al paisaje urbano un nuevo personaje que con singular penacho se encuentra en un eterno baile frente al Santuario del Señor de Burgos, se trata de un “matachín”, escultura creada por el artista potosino Juan Gorupo.

El danzante venera al que se conoce comúnmente como Señor del Saucito, imagen fabricada a partir de un tronco de árbol de sauce. La historia de su culto nos remonta a 1820 cuando el carpintero Cesáreo de la Cruz salió de su casa en el paraje conocido como Encinillas, en busca de la madera necesaria para realizar su trabajo. Fue rumbo a la Estanzuela, en los límites con la antigua parroquia de San Miguel de Mexquitic; ahí encontró un árbol robusto con dos ramas en su tronco que formaban una cruz perfecta, por lo que Cesáreo, siendo un fiel devoto de Cristo crucificado, mandó a hacer la imagen que pronto se popularizó debido a los favores concedidos a sus fieles.

La construcción del templo que resguarda al Cristo crucificado bajo su advocación de Burgos, tiene su origen en 1825 con una ermita que aún se conserva en un extremo de la explanada que comunica con el santuario, edificación que comenzó en 1880 y fue concluida hacia 1955. Es ahí, junto a la modesta construcción inicial, que se emplazó el danzante de metal, el cual representa a los devotos que bailan con su particular vestimenta al ritmo de un enérgico zapateado mientras hacen sonar fuertemente la sonaja que empuñan en una mano, al tiempo que sostienen con la otra un arco sin flecha. 

Contrario a lo que podría pensarse, la palabra “matachín” no proviene de una lengua indígena, el término llegó de Europa, derivado del latín “mattus”, que significa “loco”, y fue usado para designar así a los bufones y arlequines que divertían al público con sus “locuras”. De “mattus” en italiano pasó al diminutivo “mattaccino” y al igual que el vocablo espadaccino pasó al castellano como “espadachín”, “mattaccino” quedó como “matachín”. Algunos estudios señalan que se corrompió a “matlachin” por el cruce con los matlazincas, “señores de la red” en náhuatl, población prehispánica asentada en el territorio que actualmente corresponde al Estado de México.

Respecto a la danza, existen varias teorías que explican cómo se pudo haber originado. Sus raíces llegan al mundo prehispánico donde existía una fuerte tradición festiva relacionada a las deidades que conformaban la cosmogonía indígena. En las celebraciones, tanto la música como las danzas tenían un profundo sentido ceremonial. Posteriormente, durante el periodo colonial, el imperio español elaboró una estrategia para expandir su dominio en lo que ahora es el territorio potosino, lugar donde los chichimecas ofrecían especial resistencia. Como medio de pacificación establecieron una comunidad Tlaxcalteca, que trajo consigo no sólo enseres domésticos para establecer su colonia, sino también sus ritos y tradiciones. 

El choque de ambas culturas le agregó unas características muy particulares a la danza, que se realizaban para satisfacer a Camaxtli, (Dios de la caza), y Matlalcueye, (Diosa de la lluvia). Al observar los españoles las danzas rituales de nuestros antepasados las compararon con el baile acostumbrado por los bufones europeos, por sus coincidencias en los movimientos y colorido vestuario. Evidencia de este hecho se registró en la Crónica de la Nueva España texto publicado en 1560 por Francisco Cervantes de Salazar, quien describió así las danzas de los pobladores originales:

“Notaron los que al principio miraron en estos bailes, que cuando los indios bailaban así en los templos, que hacían otras diferentes mudanzas que, en los netotiliztles, manifestando sus buenos o malos conceptos, sucios o honestos, con la voz, sin pronunciar palabras y con los meneos del cuerpo, cabezas, brazos y pies, a manera de matachines, que los romanos llamaron gesticulatores, que callando hablan”.

Fue así como la manifestación dancística que resultó de un encuentro de etnias se denominó como “Danza de los matachines”. Con el paso del tiempo, el sincretismo religioso de las culturas originarias con el catolicismo, reemplazó las antiguas deidades con santos y vírgenes que mantenían ciertas similitudes con los antes venerados, por consiguiente, sus rituales se fueron mezclando en medio de un proceso evangelizador que imponía la recreación de los autos sacramentales y pastorelas. Lo anterior dio como resultado la danza que practican los mestizos tal y como la conocemos en la actualidad, realizada en honor del Señor del Saucito pero que en esencia representa la eterna lucha del bien contra el mal.

Los matachines no son exclusivos de San Luis Potosí, su danza es muy popular en estados como Aguascalientes, Zacatecas, Jalisco, Sinaloa, Durango, Coahuila y Chihuahua, así como en algunas partes del país vecino del norte. Para el periodista cultural Sabino Cruz, la denominación matachín o matlachín pasa a segundo plano, señala que lo importante para los participantes es la experiencia: “algunos se conforman con saber que se trata de un acto heredado y transmitido por sus antepasados, tener bien ensayados sus sones, marcar con rigor las pisadas y que resalten las figuras coreográficas (cascada, espiral, cruz, círculo)”.

El danzante de bronce celebra esta manifestación cultural que por más de 200 años se lleva a cabo en la capital potosina. La escultura creada por Gorupo, no sólo personifica a Saturnino Pérez, capitán de la Danza Chichimeca del Saucito, la pieza conmemora una expresión que se mantiene viva, símbolo de la identidad de los modernos aridoamericanos.