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Saca lustre al calzado para vivir

Por Damaris Rosales

Septiembre 25, 2022 03:00 a.m.

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Con las manos desgastadas, manchadas, agrietadas y un penetrante olor a grasa y tinta, pero con una sonrisa en su rostro, Elizabeth Martínez saca brillo todos los días a decenas de zapatos bajo los grandes arcos de piedra que adornan el Palacio Municipal, en la capital potosina.

Desde que tenía 16 años, Elizabeth comenzó a laborar en ese oficio, cuando su expareja y padre de su hija le enseñó a lustrar zapatos. Hoy es la única mujer que realiza ese trabajo en la Plaza de Armas.

Elizabeth se muestra orgullosa del trabajo que aprendió para salir adelante y en el que ha aplicado un estilo propio, lo que le ha permitido conseguir un número mayor de clientes.

Su labor le ha impedido pasar el tiempo suficiente con su familia, que para ella es lo más importante. “Nada más descanso un día a la semana que vienen siendo los martes. El día que descanso es el día que me dedico a mis hijos y a la pareja que tengo. Mis hijos son mi fuerza, son mi motor para seguir trabajando”, menciona. 

El tiempo estimado que tarda en bolear un par de zapatos es de 10 a 15 minutos, dependiendo del tipo de calzado y de cuánto tiempo tenga disponible el cliente. “Mis clientes me fascinan, me fascina que vengan a bolearse, es que me dicen señorita”, dice entre risas.

Para lustrar el calzado, Elizabeth enlista ocho pasos: quitar la tierra con un cepillo, lavar los zapatos, quitar las agujetas, aplicar la tinta, cepillar, colocar la crema, aplicar la grasa y por último, sacar brillo con un trapo.

Los días con mayores ventas son entre semana, en una jornada atiende a por lo menos 27 personas, mientras que los fines de semana su actividad disminuye, sobre todo los domingos, pues su jornada laboral se acorta dos horas.

Además de bolear, Elizabeth también se dedica a la reparación de calzado, lo que incluye cocer, tapar, pegar y arreglar suelas corridas. No obstante, reconoce que su oficio ha decrecido con el paso del tiempo, debido a las nuevas tecnologías, la disminución en el uso de zapatos de cuero y las facilidades que el comercio ofrece el público.

Aun así, se mantiene intacto el entusiasmo de Elizabeth, quien pasa sus días entre tintas azules, negras, cafés, vino y color miel, que la impregnan del característico hedor. “Llego con dolor de cabeza y con el olor. Llego yo y me dicen ‘¡ay amá! hueles a grasa, ¡ay! hueles a crema, ¡ay! hueles a tinta’”, relata divertida, antes de despedirse y continuar a la espera de uno de sus clientes.