América mexicana
No pudo haber sido más certera la respuesta de la presidenta de México a la ocurrencia de su homólogo estadounidense Donald Trump, cuando éste planteó renombrar al Golfo de México como “Golfo de América”. De entrada, vale la precisión de que la referencia del presidente gringo se agotaría en el espacio que corresponde al territorio de la plataforma continental estadounidense. Igual aplicaría si el día de mañana decidieran llamar a su país “gringolandia”, muy su gusto. Pero lo realmente más importante, es el significado de la respuesta de la Dra. Sheinbaum, al traer a la memoria el nombre de “América mexicana” no sólo como un recordatorio de la enorme extensión territorial que tuvimos, sino del descomunal despojo que padecimos por parte del vecino del norte y eso es algo así como lo que, siguiendo a Walter Benjamin, expresa la memoria colectiva cuando se hace referencia a la historia como “un instante de peligro”, como un momento revelador en el que fuimos-somos víctimas y seña de identidad para resistir socialmente las adversidades del porvenir.
Por ejemplo, el siglo XIX mexicano fue, en buena medida un tiempo de permanentes instantes de peligro, de inestabilidad política recurrente en la difícil travesía de la construcción de un Estado nacional ausente. En ese contexto, momentos que han quedado para la memoria del pueblo mexicano, sin duda son, entre otros, la referencia que el “Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana” sancionó en Apatzingán en octubre de 1814; pero también momentos complicados con las invasiones de Francia y de Estados Unidos, por ejemplo. En todo caso, lo que interesa destacar es que el pueblo mexicano tiene memoria del costo enorme que significó lograr la independencia política y que, ahora, un gobernante extranjero no puede así nomás, chasqueando los dedos, asumir que podrá avasallarnos. Por eso, siguiendo a Benjamin, la historia tiene que ser “cepillada a contrapelo”, para confrontar críticamente las visiones de vencedores y vencidos, para no tenerla como una simple suma de datos cronológicos, sino de acontecimientos trascendentes que revelan una importancia epocal y no solo secuencial de acontecimientos en el tiempo. Así se entiende mejor el sentido de lo que se ha insistido, desde 2018, cuando de abreva en el legado de las transformaciones institucionales anteriores a la que actualmente sigue su marcha.
En suma, más allá de las ocurrencias y amenazas vertidas por un gobernante como Trump, que no son desdeñables por sus implicancias nocivas, por supuesto, se debe tener presente que del otro lado se tiene a un pueblo mexicano que, hoy más que nunca, adquiere concreción como referente de unidad política para enfrentar las dificultades que derivan del momento norteamericano. La memoria histórica jugará, sin duda, un papel fundamental en todo este proceso, para impulsar la unidad y solidaridad nacional que necesitamos. Referirse a la “América mexicana” no es, pues, cualquier recuerdo, es siguiendo a Benjamin, “un recuerdo del que hay que apoderarse tal como relumbra en un instante de peligro”, porque “articular históricamente el pasado no significa únicamente conocerlo como fue”, también, con miras a un porvenir, como pudo haber sido.
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