Bochorno

La lluvia nos trajo eso que no sabemos nombrar; que identificamos como un aire fresco que se interna más allá de la piel o del pensamiento. El agua del cielo lava las calles y las ideas. Se lleva las menos valiosas y deja escurriendo y discurriendo el alma para retomar el calor o el bochorno después de las tormentas inesperadas, excepto para el que sigue al meteorólogo.

Se lleva o trae noticias que se olvidan entre charcos e inundaciones de calles y avenidas que se colapsan. El clima exige atención y detiene el tráfico para que pueda ser admirado, comentado, fotografiado y experimentado.

Novedosamente sacamos la gabardina o lo que funcione como tal mientras pasan las horas y el agua se reúne en azoteas mal barridas, amenazando con humedecer y protagonizar derrumbes de construcciones defectuosas o descuidadas.

Las tormentas traen la misma agua para todos, pero no todos las vivimos igual. Afortunados los que tenemos techo y vivimos en condiciones seguras. No todos pueden decir lo mismo. Quizá por eso deberíamos ser cuidadosos con lo que va en nuestros drenajes; basura que se acumula y llega a coladeras que en condiciones aptas nos permite el consumo y el desagüe de tan precioso elemento.

¿Qué haríamos sin agua? Quizá sin ella no seríamos este tipo de ser vivo llamado humano. No sabríamos como nombrar ese vapor que sube desde el suelo al terminar una de tantas y esporádicas tormentas en este suelo semi-desierto, semi-industrial. Esa humedad etérea llamada bochorno y que tiene otros usos lejanos al clima de la tierra.

Sin agua nuestra composición sería el resultado de ecuaciones distintas a las que conocemos y por ello cuesta imaginarlo.

Siendo humanos somos agua y por ello siempre hay algo de nosotros que agradece su presencia aún con el caos que su persistencia, fuerza o frecuencia pueden causar. Al daño se buscará una solución, pero mientras tanto bendecimos los aguaceros, las lloviznas o los chubascos en cualquiera de sus modalidades, más en una tierra que pasa meses sin una gota en el horizonte.

Así, después de la tormenta dormimos bajo un cielo nuevo, que huele a limpio y que permite el fluir de sonidos y aromas que de otra manera se escapan entre la cotidianidad de nuestros días.

Bienvenidas este par de lluvias que han dejado tras de sí un viento de frescura que durará mientras el calor no resurja.