Desprecio o ignorancia
Gobernar es un arte complejo. Implica una mezcla de conocimientos, habilidades y recursos que se pueden poner -o no- al servicio de la ciudadanía a la que se dice representar. En otro momento hemos establecido diferencias muy claras entre administrar y gobernar. Para lo primero hay técnicas bastante depuradas que se aplican todos los días en el ámbito privado y, cuando se puede, en el público. Lo segundo es una actividad profunda que no se puede desprender del ejercicio de la política. Ahí se encuentra su mayor potencial y su principal riesgo.
No es casualidad que desde hace siglos la disciplina de la administración pública ha evolucionado de la mano del estado moderno. La idea fundamental radica en que el estado a través de la política establece cuáles son los fines públicos que serán alcanzados por medio de la administración pública. Dicho de otra forma: la administración pública es el brazo operativo del estado.
Tengo unos años observando con gran preocupación un fenómeno que, en apariencia, Parece estarse enquistando en el funcionamiento de las estructuras gubernamentales. Tengo la impresión -a título personal- de que los gobiernos están involucionando en la manera en la que hacen uso de las bases de conocimiento y de las herramientas prácticas de la administración pública y de manera concreta de la disciplina de las políticas públicas, en favor de un estilo de gobernar que privilegia la construcción de una percepción favorable sobre la eficacia gubernamental, en lugar de centrarse en la resolución estructural de los problemas públicos.
Como evidencia de lo anterior quiero proponerle la siguiente reflexión. La administración y las políticas públicas pueden proporcionar métodos para que un gobierno mejore su eficacia y su eficiencia en las cosas que hace. Esto le permitiría cumplir de manera óptima con los fines públicos, cualquiera que estos sean. Este componente de conocimiento le podría permitir también a un gobierno entender mejor los problemas que enfrenta la sociedad y, por tanto, la manera en la que se le confeccionan estrategias y soluciones para atenderlos. Sin embargo, la realidad parece demostrar que los gobiernos, por desprecio o ignorancia, pasan por alto la posibilidad de construir una inteligencia gubernamental que mejora la eficacia del estado y en su lugar se privilegia el diseño e implementación de acciones gubernamentales que sean bien percibidas, sin tomarse la molestia de preguntarse si estas acciones contribuyen o no en la resolución estructural de un problema público.
Otra hipótesis que tengo es que, de unos años para acá, quienes se encuentran en la posición de gobernar han entendido que el restablecimiento de la naturaleza paternalista del estado, puede tener buenos rendimientos electorales cuando se trata de preguntarle a la gente, quién les ha ayudado.
Ruego a usted no interpretar estas líneas como una malvada crítica tecnócrata redactada desde el pensamiento neoliberal. De lo que estamos hablando es de la diferencia evidente entre un gobierno que se preocupa por resolver estructuralmente los problemas públicos en comparación con otro que parece aprovechar estos problemas para mostrarse frente a las personas con soberbia magnanimidad.
No me sorprende que la rentabilidad política sea prioritaria para los gobernantes. Lo que sí me sorprende es que durante años esta postura ha deteriorado la capacidad de la propia sociedad para poder exigir gobiernos y políticas de calidad.
Un gobierno inteligente no debería ser un lujo. Un gobierno que simula y que improvisa, no debería ser la constante.
x. @marcoivanvargas