Un año ha pasado, desde que treinta millones, ciento trece mil cuatrocientos ochenta y tres mexicanos votaron por la coalición llamada “Juntos haremos historia”, encabezada por el señor López.
¡Y vaya que han hecho historia! Pocas veces, tal vez ninguna, México ha tenido un Presidente que, en tanto poco tiempo, seis meses, haya tomado tal cantidad de decisiones erráticas, haya socavado de tal manera el orden jurídico y haya propiciado más la división ciudadana.
De que ganó la elección, no hay duda, pero tampoco de lo otro, de los dislates y disparates, nota distintiva del estilo López de gobernar, pues, en general, dentro de los cuatro López que nos han gobernado, uno se salva (Adolfo López Mateos) pero los otros tres (Antonio López de Santa Anna, José López Portillo y, por supuesto el López de hoy) son dignos de diván.
En un texto denominado “Detener el crecimiento de la insignificancia”, Cornelius Castoriadis dice: “La política es un oficio curioso. Porque ella presupone dos capacidades que no tienen ninguna relación intrínseca. La primera consiste en llegar al poder. Uno puede tener las mejores ideas del mundo, pero si no se accede al poder, no sirven para nada; lo cual implica pues un arte del acceso al poder. La segunda capacidad, consiste en que una vez que se conquistó el poder, hay que saber gobernar.” El cuarto López, el transformista, demuestra que esta es una verdad enorme: supo llegar al Poder, pero estando en él, no tiene ni idea de lo que se trata.
En otra parte del texto, anota Castoriadis: “… acceder al poder significa ser telegénico, halagar a la opinión pública.” ¿Se debe decir algo más?
No podría, en el corto espacio de esta columna, dar cuenta al detalle de como López se especializa en abrir frentes, esencialmente con aquellos que no piensan como él, denostando a la oposición y etiquetando sin miramientos a cualquier voz que se alce contra su dogma. Empresarios, jueces, abogados, periodistas, todos son para López, confabulados en una especie de Mafia (ya no del Poder, porque el Poder lo tiene él) conspirativa.
El parámetro referencial, el marco regulador, para López, es su honestidad, su decencia autoproclamada, dicho sin eufemismos ni ambages, pues cada que tiene oportunidad se califica como honesto, irreprochable moralmente. Dice la sabiduría popular que, elogio en boca propia, es vituperio.
Nos hace recordar López a Robespierre, cuando en uno de sus discursos ante la Convención nacional francesa en mil setecientos noventa y cuatro dijo “El terror no es otra cosa que la justicia expeditiva, severa inflexible: es, pues, una emanación de la virtud.”, pues asimilable al Terror revolucionario encabezado por el autor de esta frase es, al parecer, el régimen que pretende edificar López, donde haya solo buenos y malos, buenos, los que simpatizan con él, malos, el resto del universo. Pareciera repetir lo dicho por el francés: “Sólo se debe protección social a los ciudadanos pacíficos. Y en la República sólo son ciudadanos los republicanos. Y los realistas, los conspiradores no son para ella más que extranjeros, o más bien enemigos.”
Sin embargo, la resaca de la borrachera electoral, de quienes votaron más por cambiar que por el señor López mismo, pasa, para algunos lentamente y para otros no tanto, de manera que hoy, a un año de la fiesta, son muchos los arrepentidos.
López es dogma autodenominado, y como tal, no admite discusión, pues López y los suyos no usan de argumentos sino de afirmaciones puras, sin rastreos de pensamiento crítico. Es, parafraseando a Castoriadis, un profesional del acceso al Poder pero un fracaso en su ejercicio.
@jchessal