Familia y escuela Capítulo 16: Escucha activa

Compartir:

Nada fácil resulta el tener frente a nosotros a un hijo, hija o un alumno o alumna y asumir el papel de padre de familia, abuelo, tutor o maestro; con la encomienda de educarlo.

Y me refiero a: “educarlo”, es decir, no de darle clase en el sentido tradicional; sino, de formarlo y guiarlo de manera integral “para la vida”, tomando en consideración habilidades, actitudes, sentimientos, emociones y otros aspectos, que como hemos mencionado en otros artículos de esta misma serie, son fundamentales y no solo competen a la escuela.

Es una realidad: no fuimos instruidos para ello; aún las personas que se dedican a la docencia, en muchos de los casos, solo fueron formados técnica e instrumentalmente; es entonces que, cuando nos encontramos ante la situación y responsabilidad de educar a esa persona, recurrimos al “ensayo y error”, o a imitar los modelos con los que fuimos educados, en algunos casos a buscar manuales o tutoriales por internet y en menor medida a llevar cursos o consultar con expertos.

¿Cómo acompañar el proceso de formación de un niño, adolescente o joven?

No existen respuestas predeterminadas, ni fórmulas o recetas únicas que se puedan aplicar mágicamente a todos los casos y situaciones; más bien, se van descubriendo y cada familia, cada escuela, cada maestro y maestra, de acuerdo con su contexto social y cultural, las van implementando, modificando y mejorando.

Una de las formas de acompañamiento que resulta muy efectiva y útil para reforzar la confianza en sí mismo y la autoestima, es sin duda lo que se conoce como: Escucha activa; además de que se puede aplicar a toda persona de cualquier edad, sexo, condición económica y cultural; y que, no requiere de una preparación profesional ni ser experto para aplicarla.

Es invertir 5 minutos o más si es posible, pero los resultados pueden verse reflejados en el transcurso de la vida, incluso para la preservación de ésta. 

Consiste en convertir a la escucha en un acto de comunicación (Glover, 2019), porque sin decir palabra, al escuchar, estamos confirmando que mantenemos un diálogo con ellos, que estamos atentos a lo que nuestros hijos o alumnos nos dicen.

El saber escuchar resulta incluso de sentido común, sin necesidad de asistir a un diplomado o maestría, simplemente hacerlo de manera adecuada y sobre todo volverlo un hábito que sea establecido como canal de comunicación.

Mirar de frente, afirmar levemente con la cabeza en señal de comprensión, no distraerte mirando a otro lado o viendo el reloj, tener disposición en actitud y mantener el cuerpo en señal de tranquilidad y no de apresuramiento (sentado si es posible) y estar plenamente convencidos de lo que hacemos, es decir, dedicar total y literalmente esos minutos a escuchar y comprender lo que se nos dice, aún si llegáramos a juzgar que lo que se nos está comentando es algo totalmente irrelevante, tonto o hasta poco importante; porque, de no hacerlo así, nos delataríamos y el proceso fracasaría, siendo descubiertos  como una farsa o el estar fingiendo, al caer en lo que comúnmente se dice como: “dar el avión”

“…salía en mi carro de la escuela universitaria en donde doy clases, regularmente mantengo un nivel de comunicación efectiva con mis alumnos, incluso llegando a ganarme la confianza de muchos de ellos.

Al dar la vuelta y llegar a esa esquina, coincido con la luz roja del semáforo y me detengo unos segundos, durante los cuales, al voltear hacia mi lado izquierdo, observo a uno de mis alumnos que estaba parado a un costado, sobre la acera; al verme, titubeó y entre que me saludaba y no, se acercó y de manera apresurada me dijo: …¿puedo hablar con usted?; seguramente ambos comprendimos que por la situación y el apresuramiento del cambio de luz, era materialmente imposible seguir una conversación y sólo atiné a balbucear …claro, solo eso dije y continué mi marcha.

Al día siguiente, me presenté a la escuela como lo hacía cotidianamente, inmediatamente noté algo diferente en el ambiente, al avanzar algunos pasos, uno de mis compañeros me dice: ¿te enteraste?, con un movimiento de cabeza lo negué, …se suicidó uno de nuestros alumnos; en ese momento tuve una sensación de ansiedad y cuando me enteré de quién había sido, sentí cómo un chorro de agua fría recorría mi cuerpo, era el muchacho que pidió hablar conmigo el día anterior en aquella esquina.

Pude haberlo escuchado, pude detener la marcha para hacerlo, pude haberle dicho: …búscame más tarde o mañana, pude haber hecho muchas cosas, pero no lo hice. Aunque tengo claro que no soy culpable y que no pudiera haber imaginado siquiera lo que pasaba por su mente, de todos modos, lamento no haber hecho algo más por él”.

“En el año 2019, formamos parte del panel de expertos que participó en el Foro Nacional de Prevención de Adicciones, organizado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, con visiones de este fenómeno social desde diferentes disciplinas.

En determinado momento, uno de los asistentes hizo una pregunta a los panelistas: ¿qué hacer si en la familia se tiene a un adolescente que se descubre que consume alcohol y otras sustancias?

Hubo varias respuestas: algunas de canalizarlo a instituciones de apoyo, otras de ayuda médica y más; pero una de ellas asintió en decir: “nunca dejarlo solo, escucharlo”. ¡Vaya respuesta más acertada!, en efecto, escucharlo.”

Sólo 5 minutos, sólo eso.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx