Familia y escuela Capítulo 22: Educación personalizada

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Cuando somos pequeños, las conductas de egocentrismo que de manera natural manifestamos, son aceptadas y hasta celebradas de manera efusiva y con una alegría inmensa, porque el bebé o el niño hizo una “gracia”; nos dejan ser, reír, gritar y manifestarnos; ir, venir, tocar, imaginar, probar… aprender de forma natural a nuestra manera, con nuestros aciertos y nuestros errores.

De manera paulatina, vamos dejando de ser ese “niñito gracioso” y en la familia se nos van imponiendo reglas, límites, castigos o premios, formas de ser y de actuar, normas sociales, civiles y morales; tal parece que nos van arrebatando la libertad de ser y de aprender como queremos y nos imponen una forma general y un modelo o molde al cual inexorablemente tenemos que adaptarnos, para ser aceptados como parte de un grupo y conglomerado social.

Algunos lo llaman “Socialización”, otros más lo denominan “regulación de la conducta”; en otros casos lo explican con teorías evolutivas en las cuales se describen las formas, conductas y actitudes propias de una edad o período de manera biológica, psicológica y hasta sociocultural; el caso es que dejamos de ser y de aprender de la forma como iniciamos la vida; incluso, dejamos de reír, ir, venir, probar… hasta dejamos de imaginar; solo nos apegamos a cosas “serias” y “socialmente permitidas”. No obstante, ese niño, ese curioso e impredecible ser con ansias de libertad, está ahí, latente, dentro de nosotros, listo para escaparse si le abrimos la menor rendija; sin embargo, ya para este momento, se pone otro cerrojo al intento de escape: llega la edad escolar.

La escuela tradicional (todavía muy presente en la actualidad) representa para muchos, no solo el obtener conocimientos, sino por la dinámica que establece con los alumnos, se traduce en un lugar de tedio, de “obligación” de asistir; lugar donde se prohíbe reír, caminar, expresar emociones; incluso encontramos todavía padres de familia y directivos que “premian” y catalogan de “excelente docente” a aquel que tiene a su grupo en orden total, sin que hablen, sin moverse de su asiento; en este caso, al poner piedras o poner alumnos sobre esas sillas, se obtendría el mismo resultado.

No se trata de fomentar el desorden y la anarquía; o el que cada persona haga “lo que se le ocurra”; más bien, se trata de crear un ambiente adecuado, en donde los alumnos se sientan en libertad de ser y expresar de manera libre sus ideas, incluso de procurar el diálogo entre ellos, sobre los temas tratados.

Además, se debe conocer, en la medida de lo posible, sus características y costumbres, sus orígenes familiares, su forma de expresarse y de manifestar ideas, entre otras cosas; todo lo anterior no solo como forma técnica de qué actividades de enseñanza son las más adecuadas, sino por la diferencia entre enseñar y formar; en donde la primera solo se ocuparía de transmitir conocimientos, en tanto que la formación implica, fomentar habilidades, valores y actitudes, propios de una formación integral  

Esta integralidad como forma de enseñanza que toma en consideración a la persona en su individualidad, ya P. Faure lo aseguraba: “…Hay que reaccionar contra una enseñanza que acentúa casi exclusivamente la adquisición formal de los conocimientos, sin preocuparse suficientemente de procurar una formación a la persona…” (nieves, 2012).

Uno de los discursos en educación que en tiempos relativamente recientes se ha pregonado de manera muy insistente, en familias y escuelas hacia los hijos y alumnos, es el asegurarles que son seres “irrepetibles” y “únicos”; por lo tanto, si aceptamos que cada niño y niña, muchacho y muchacha es diferente, ¿por qué insistimos en querer que reaccionen igual?, en querer que aprendan todos de la misma forma, al mismo tiempo y con los mismos resultados; tendríamos que pensar que para lograr los mismos objetivos, cada quien tiene diferentes caminos y formas; por lo tanto, se debieran asignar diferentes tareas y actividades o la libertad de buscar sus propias soluciones, teniendo a los papás y maestros solamente como apoyo y guía.

Para el caso de la educación familiar, los preceptos mencionados funcionan de la misma manera, ya la sabiduría popular lo ha establecido: “…los hijos son como los dedos de la mano, ninguno es igual”. Así es, frecuentemente como padres negamos u omitimos su individualidad, intentando formarlos de acuerdo con nuestros principios, que sin duda tiene un origen positivo al creer que es lo mejor para ellos, pero que a final de cuentas resulta impuesto, sin consultar y si se pide explicación, frecuentemente se aplica de forma determinante el: “… ¡así debe ser!, ¡así debes actuar! ¡Porque yo lo digo!”.

Es de esta forma que todavía en pleno siglo XXI, tenemos casos en donde se induce a los hijos hacia a una determinada facción religiosa, a una profesión, a un tipo de pareja, una forma de vestir, de hablar y muchos aspectos más; pero todos ellos, sin tomar en consideración de manera específica a su persona y sus características particulares.

“… listo, ya terminé la carrera de medicina, era lo que quería mi padre; ahora sí, voy a dedicarme a cantar, que es lo que verdaderamente me apasiona…”

“… mi papá siempre fue muy duro conmigo, había semanas en que dejaba de hablarme; la verdad nunca supe por qué se molestaba; ahora es diferente, ya dialoga y permite que tome mis propias decisiones…”

“… qué difícil fue hacer que esa niña participara en clases, la estuve forzando a hablar y a exponer sus ideas; la verdad no continué obligándola, simplemente entendí que su forma de ser era diferente y así, a su ritmo y en su momento, ella sola adquirió confianza y cuando consideraba pertinente lo hacía. Seguramente esa confianza le va a ser muy útil para enfrentar a la vida…”

Educar de manera personalizada, forma parte de todo un enfoque integral, en donde no solo importan los conocimientos teóricos; sino también, el fomento y práctica de valores, actitudes y habilidades, que seguramente resultarán tan importantes como los primeros; además, tomando en consideración al individuo, su esencia, sus diferencias y sus particularidades.

Finalmente, buscando en el Diccionario de la Lengua Española (2019), algunos significados referentes al término: PERSONA. Definitivamente me quedo con esta locución verbal: ser muy persona… tener excelentes cualidades humanas.

Comentarios: gibarra@uaslp.mx