Historias de cuarentena

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La presión sanguínea se agolpaba en sus sienes, empezando a ver medio borroso el panorama, quería aislarse de ese mundo amenazante sobre su cuerpo atado a la inmunda silla de lámina oxidada. 

     -Valiendo queso… como que este cuate se anda enfriando, dijo el Chimo con resentimiento acumulado. 

     -¿Cómo que ya valí chetos? Espetó Martínez, como para mofarse de la frase del Chimo.

     -Pues ahora vas a cantar… pasando el Chimo a recetarle a Martínez un par de puñetazos en tórax y abdomen, como para recordarle la condición de costal de papas en que se había convertido en ese lúgubre ambiente.

     -Martínez sintió que le crujía el cuerpo con los dolores arrancados por los golpes.

     -Es mejor que cantes ya, bien entonado.

    -Prefiero seguir bailando al son que me toquen, reviró Martínez con desenfado, esperando que, de todos modos, le surtieran otra dosis de maltrato.

     -Pues ya que insistes…

     Justo cuando esperaba el otro viaje de golpes se apareció el comisario Lanza, interviniendo para evitar que siguiera la masacrada.

     -Ya está bien Chimo. Con eso tiene para entender lo que viene si persiste en andar alborotando a toda esa bola de pendencieros que no termina de asimilar que nosotros somos la ley… y la ley no se puede andar desafiando como si nada. A ver Martínez, ya no le juegue al enmascarado, admita que tiene algo que ver con esos ilusos que piden se haga justicia… como si la justicia fuera cuestión de llamarla, así nomás, para que acuda tan expedita. No, la justicia tiene que ser lenta, de lo contrario no tendría mérito el sacrificio de agarrarse a la greña por ella. A ver, diga algo en su defensa. ¿No verdad? Si no puede ni hablar. Además, confunde la justicia con la magnesia… eso de pedir que no se lucre con la necesidad de la gente en época de contingencia.

     Martínez intentaba jalar aire para balbucear aunque fuera una mentada, pero las fuerzas lo abandonaban. Sólo quedaba el recurso de negar con la cabeza tanto disparate de Lanza, ahora sí que bien pasado de ídem. 

     Con el último jalón de aire Martínez pudo despertar del terrífico sueño… pero no pudo moverse. Se miraba conectado a distintos aparatos hospitalarios. La respiración seguía doliéndole hasta el cuello y apenas pudo cerrar los ojos de nuevo. Total, la pesadilla era igual. ¿Cómo había llegado a ese punto, aislado como si fuera un peligroso ser de otro mundo, del que había que alejarse pronto para no arriesgar el pellejo a lo absurdo? Imploró que el sueño siguiente fuera distinto, más llevadero. Pero, de nuevo, se vio atado a la silla del suplicio practicado. Chimo regresaba, cual virus mortífero, más agresivo. 

     -A ver Martínez, ya confiesa que te robaste las pruebas esas de laboratorio para encubrir a tus amigos. Mejor te hubieras quedado en casa. 

     Lanza ya no intervino, nomás sonreía para sí mismo. Un caso más parecía en camino de ser esclarecido.