Los honorables

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¿Quiénes son merecedores de ese adjetivo en una sociedad como la nuestra? Resulta que han sido los representantes más desacreditados de la clase política, tal vez considerando que esa “h” (de “honorabilidad”) con la que se precede a nombrar a las instituciones puede ser extensiva para sus personas. Por fortuna, esa “h”, que alude a la seriedad y decencia con la que se conduce una persona física o moral, ya solamente permanece como simple formalidad en ciertas actuaciones legales. Sin embargo, entre no pocos personeros de la clase política, igual prevalece la idea de que, por el hecho de representar una parte de la sociedad, merecen tal “distinción”. Así las cosas, no es de extrañar que ex-diputados del congreso potosino, sobre todo de la pasada legislatura, pretendan seguir pasando como “honorables”, luego de que han logrado evadir la cárcel a pesar de que ha sido probada su responsabilidad en el desvío de recursos públicos. Asumen, incluso, que devolviendo, forzadamente, parte del recurso desviado, pueden seguir “con la frente en alto” y hasta participar otra vez como candidatos en el próximo proceso electoral.

Leonardo Sciascia refiere, en su obra “El honorable”, todo ese proceso de degradación que va propiciando, incluso a quien antes era un dechado de virtudes, el malsano disfrute del poder político. Un humilde profesor de primaria, que dedica las tardes a leer “Don Quijote”, es de pronto invitado a participar como diputado de la Democracia Cristiana en Italia y, más temprano que tarde cambia su estilo de vida, contagiando hasta al yerno que participa en el Partido Comunista. La esposa del profesor, única protagonista ubicada y razonable, refiere ese cambio como “una especie de corrupción, una descomposición de las ideas, de los sentimientos”. Se duele, además, de que esa “historia de familia” pueda ser “el símbolo de una corrupción más amplia”, y “no sólo porque un hombre tenga el derecho de cambiar de ideas y de sentimientos, sino que, al cambiar de ideas, se pasa de la incomodidad a la comodidad, entonces es inevitable cierta sospecha” (citado por Federico Campbell en “La memoria de Sciascia”, Ed. FCE, México, 1989, p. 73). Cuando cambian “hasta en el modito de andar”, diríamos en nuestro medio.

Y es en el abandono de la lectura de “Don Quijote” donde la esposa del profesor (tildada de “amargada” y “demente” por los “honorables” hombres del poder con los que tiene ocasión de compartir sus preocupaciones) descubre el grado de conversión alcanzado por su esposo. Recuerda el rechazo de la ínsula Barataria por Sancho Panza como una renuncia al poder, saliendo desnudo de la isla y, por tanto, capaz de haber “gobernado como un ángel”. Pero, añade, “nadie puede gobernar sin culpa, pero asumir una culpa es también una prueba… y si no se puede salir inocente de la prueba, por lo menos habría que salir desnudo” (Ibid., p. 74). Nadie pretende que los gobernantes y/o representantes populares ejerzan sus responsabilidades como ángeles, mucho menos esperar que salgan empobrecidos, pero sí que asuman sus cuitas porque capaz que hasta andan alegando “inocencia inexplicable”.

Así las cosas, en tiempos de la grave pandemia del Covid-19, lo mínimo que se pide a esos representantes populares que tenemos es que reivindiquen algo de la “honorabilidad” institucional que se ha perdido por tanto pillaje, tranza y payasada en que se han venido regodeando, apoyando en verdad a la población durante la contingencia, sin alardes personalistas o de lucro político. Que lo hagan por auténtica solidaridad y no con propósitos demagógicos o clientelares. Que “tengan tantita madre”, pues, para decirlo con la “vox populi” que tanto ofrecen escuchar.